Que vuelvan los huertos
Si recordamos nuestros barrios en los años 70 y 80 y evocamos el aroma de los jardines en verano, de seguro recordaremos el de algún vecino que cultivaba menta, tomates o porotos junto a rosas y caléndulas, y las muchas abejas, chinitas y mariposas que atraían. Tener un pequeño huerto en el jardín o en el patio era parte de una dinámica de cuidad, la que conservaba fuertes componentes culturales de una nostálgica vida rural y autosubsistencia .
Haciendo un poco de historia, la aparición de huertos urbanos a nivel mundial se relaciona a los inicios de la ciudad industrial donde cumple funciones de subsistencia, higiene y control social. En países como Gran Bretaña, Alemania o Francia, las autoridades locales y las grandes fábricas se ven obligadas a ofrecer terrenos a los trabajadores para completar sus recursos y mejorar las condiciones de vida en los barrios obreros. Desde ese momento los huertos aparecerán recurrentemente como herramientas fundamentales de las estrategias de subsistencia en momentos de crisis, especialmente para las guerras mundiales, donde aparecen asociaciones como las milicias de mujeres agricultoras, la Women's Land Army en USA en 1915, o la Dig for Victory del Departamento de Planificación de Alimentos en 1940 en Reino Unido, donde miles de mujeres y hombres se encargaron de cultivar huertos urbanos abasteciendo con alimentos a sus ciudades y las tropas. Lamentablemente tras la II guerra las ciudades occidentales, en lugar de poner en valor estas experiencias, reconstruyen sin espacio para actividades productivas de este tipo y no es hasta los años 60 y 70 que los huertos resurgen como herramienta de apoyo comunitario, con énfasis en la calidad ambiental, la cohesión social y la educación. Son impulsados desde colectivos de base comunitaria y se conciben sobre las bases teóricas de la contracultura y el ecologismo.
Múltiples ejemplos de huertos urbanos podemos encontrar en plazas y parques de New York o Paris, donde tomates y acelgas crecen junto a frambuesas y flores exóticas, reemplazando el pasto, el mismo que acá muchas veces sobrevaloramos. En las ciudades occidentales contemporáneas la agricultura urbana tiene un lugar y cumple funciones de educación ambiental y alimentaria, terapéuticas, de ocio, de fortalecimiento comunitario y en algunos casos de creación de empleo.
El huerto de los 80 (al igual que los lentos) debe volver, ahora a nuestros balcones y jardines, a nuestras plazas, a los patios de las escuelas y universidades, a las sedes vecinales, a los Cesfam, porque es una herramienta valiosa para hacer comunidad y ante la necesidad de acceder a una vida más natural, que traiga consigo alimentación saludable y la inexcusable responsabilidad de proteger nuestro medio ambiente.