Angélica Vásquez V.
Iba caminando, pensando en algunas cosas que tenía que hacer y no sé... fue entre raro y divertido: no recordaba con que zapatos andaba. Me tuve que mirar los pies y dije: ¡Ah, son los negros de charol! Y pasa más seguido de lo que uno cree. Es como un piloto automático, que activa nuestro cerebro cuando nos ve medios dispersos. Ahora lo delicado de la dispersión es que es como una bella lancha en el océano, funcionando sin rumbo de un lado para otro... ¿se fijan en el ejemplo? La lancha es bella, blanca, potente, el océano también, todopoderoso por la eternidad, pero aún así la energía y el combustible se desperdician si nadie da una ruta o elige un camino. La dispersión exagerada, el déficit atencional (les encanta ese término), la poca concentración... todo va de la manito, una dosis normal es suficiente, encariñarse con ese modo de vivir no es lo ideal. Se nos dice que nos amemos y aceptemos tal y como somos y por lo mismo, ese amor y aceptación propio, nos capacita para hacernos nuevas preguntas. Crear nuevos hábitos, expandir más la conciencia. Me refiero a que nos pasamos mucho tiempo justificándonos en que somos así, y que desde chicos nos diagnosticaron y todo la historia conocida. Claro que hay un historial en nuestro ADN pero si el mismo es modificable, entonces ¿en qué nos ampararemos? Lo escucho muchas veces en relatos de terapia, y siempre les digo: Espera, escúchate, en 4 minutos has repetido muchas veces, el discurso que tienes incorporado. Esa no es la verdad, es sólo una idea y la puedes cambiar pero sólo si quieres. De ahí en adelante el semblante cambia y todo tomará un rumbo distinto. ¿Quieres cambiar el rumbo de tu lancha? ¿Sí?¿No? ¡Perfecto! ¡Vamos que se puede!