Angélica Vásquez V.
No sé cómo se llamarán ahora, pero cuando era niña les decían "espantacuco". Eran esas lamparitas chiquitas que se ponían directamente al enchufe y salía una luz suave que iluminaba un espacio de la pieza. Tenía forma de un monito divertido y me tranquilizaba. Hoy, en el 2018, hay mil formas de espantacucos, sin enchufes, sólo pilas o sistema led, y se siguen utilizando. ¿Por qué recordé esto? Porque están de moda las luces, los juegos de luces con todo tipo de figuritas y confieso que me encantan. Debe haber algo más por cierto. Creo que gustan mucho porque siendo adultos conservamos miedo y cuando nos tranquilizan entramos a un estado de paz y seguridad. Ahora somos nosotros los encargados de hacerlo, pero nadie se resiste a recibir ese nanai (incluyan nanai en el diccionario, por favor). Y así hace un par de semanas vitrineando en una tienda china, vi luces y no me resistí. Las compré y las tengo frente a mí en la pieza. ¡Qué agradable sensación! Me acompañaron en un momento preciso de mi vida, fue inconsciente, pero mi corazón lo pedía. Si tuviera que hacer regalos les daría a todos luces. También para recordar que somos seres de luz. Y nos quieren así, sencillos, pero con brillo. De ese brillo lindo que abunda en nuestra Alma. Así como luces de árbol de navidad, como mi juego de luces, como... como todo en verdad. Por eso, entonces, rescato la fascinación que tenemos por las luces y la forma en que nos las quedamos mirando. Hasta me atrevo a decir que vemos nuestro reflejo, el famoso efecto espejo, y eso resulta gratamente esperanzador. Creo que es de esas pequeñas cosas de las que debemos sostenernos, conectarnos, dejar que brille lo que tenga que brillar, dejar que ilumine esa oscuridad que también forma parte de nosotros, dejar que sean, dejarnos ser. Los abrazo con todo mi corazón. Gracias.