Angélica Vásquez V.
Me levanto cada mañana y está ahí, en mi diario mural de plumavit: es mi foto, soy yo, tenía 8 años, y no deja de sorprenderme la expresión de mi cara, contenta, con una sonrisa de oreja a oreja. Cuando me encontré con esa foto después de muchos años, no pude menos que emocionarme: ahí estaba yo, ahí está mi esencia. ¿Y qué me pasa ahora con esta foto? Me da esperanza, me motiva. Como terapeuta, no puedo menos que hacer un llamado con altavoz, parlantes, cubo de música, spotify (ya, le puse mucho). Pero es que el llamado tiene que ser con todo: HONRAR A NUESTRA NIÑA Y NIÑO INTERIOR. Siento que es casi como una cruzada, sin parar, sin detenerse, darle con todo porque es sanación, es recuperar energía, reírse, experimentar felicidad. Pero ¿qué significa exactamente honrar a nuestra niña interior? Es cerrar los ojos para empezar y verse a los 6 u 8 años, y comprobar que esa sustancia única e irrepetible, la "esencia", es la mismita que tenemos hoy, que sólo cambió nuestro cuerpo, las facciones de nuestra cara, el peso, el peinado, la ropa. Es comenzar a sentirse digna y merecedora de cosas buenas, recuperar la fe, la que hace sentir que también cuentas, que también importas. Y desde ahí, qué comience el juego. Sí, porque todo está permitido: sonreír con espontaneidad, volver a bailar como lo hacíamos antes, imitando a nuestra cantante favorita. Es lejos lo más divertido que podemos hacer, atreverse. Cuando somos niños, aunque seamos tímidos, nos atrevemos. Y si no lo hicimos, con mayor razón. Expresarnos con colores en nuestro vestir. Si mis guantes pueden ser fucsia, ¿por qué usar unos negros? Si necesito audífonos, tengo el derecho de elegir los que me gustan. "Esos, señor, los de Hello Kitty". Pero tiene que ver con mucho más, algo cósmico, desafiar a las sombras que nos seguían, desintoxicarse emocionalmente. Desde donde escribo y de ahí hacia el cosmos, deseo de corazón que se normalice, casi como el desayuno, el nutrir a nuestra niña y niño interno. Y nutrir a todo niño que se nos acerque. Eso es devuelta de mano, nobleza, intentar honrarse y decirle a la vida: no voy a vivir en vano, no seré cómplice de tristezas, vivo con todo lo que me toca, porque ¿de qué otra manera se podría vivir?