El predominio en las personas desu propio modo de pensar y de sentir para actuar es la nueva "religión" del siglo XXI en Occidente. Este hecho ha sofocado, al extremo de negar, principios morales de validez universal que al hombre le corresponde reconocer. Para muchas personas el criterio de verdad a la hora de tomar una decisión surge del sentimiento o del deseo antes que de una reflexión propiamente racional. El mundo moderno tiene su paradigma incuestionable: "si lo puedo hacer y lo deseo entonces lo hago". La búsqueda sincera de la verdad y del bien escasea. Detrás de esta mentalidad se esconde la peligrosa tesis de que la verdad no existe, que el hombre no la puede encontrar y por lo tanto su horizonte de comprensión de la realidad se reduce a sus deseos, intuiciones o instintos, y se constituye en su "incuestionable verdad".Además, el hombre ha empobrecido la riqueza de su propio ser y el insondable misterio que esconde su existencia para conformarse con los datos que las ciencias empíricas le puedan aportar para su conocimiento. El hombre ha sido reducido a una mera definición científica de su ser y por lo tanto confiado a ella. Así, al hombre moderno le resulta más fácil tomar pastillas para solucionar sus problemas personales, familiares y sociales antes que preguntarse por el sentido de su vida, si su actuar es conforme a su verdad y si es posible un cambio interior como medio para solucionar sus problemas. La esperanza del hombre está puesta en la ciencia y en la tecnología más que en si mismo, la que ha adquirido un poder que sobrepasa con creces su genuino y valioso aporte. A través de la tecnología el hombre enfermo decide si quiere morir o seguir viviendo La mujer decide si quiere o no tener un hijo, cómo tenerlo y bajo qué condiciones, elegir el sexo, y muy pronto, los rasgos genéticos que le gustan, etc. La tecnología permite cambiar de apariencia física y hacer creer que somos lo que no somos.Ha ido lejos esta verdadera tiranía del deseo de la que la ciencia y la tecnología se ha hecho cómplice. Si una mujer quiere ser madre pero no tener un esposo encontrará semen congelado, embriones congelados que podrá elegir como si fueran cosas con precio, características determinadas, y control de calidad. Si además no quiere tener un embarazo pero quiere ser madre, será una tercera la que hará de su útero una mera incubadora. Así, el único valor que se reconoce es "el derecho de ver cumplidos los deseos" al margen de cualquier consideración de lo que para un niño que viene en esas condiciones le puede significar. Es doloroso ver como hemos ido pauperizando el valor del matrimonio, de ser hombre y mujer y comprender el misterio maravilloso que entraña su igualdad fundamental y su diversidad para el enriquecimiento mutuo. Es triste ver como la comprensión de la libertad como pura posibilidad de elegir del modo técnicamente más eficiente haya hecho que nos consideremos como cosas y no como personas y que nuestra valía esté mesurada por nuestra capacidad de cumplir los deseos de los otros. Cuantas veces hemos escuchado de separaciones porque las expectativas originales no se cumplieron y por las cuales no se lucha. Este camino ha tenido sus consecuencias. Muchos niños y niñas en nuestro país no tienen a su padre y su madre en la casa. Se sienten solos y han tenido una pobre experiencia de sentirse amados. Esto nos debe hacer pensar profundamente acerca del modo como estamos educando a los jóvenes y les estamos transmitiendo valores como el compromiso, la alegría de la tarea bien hecha y cumplida, el valor de la palabra empeñada. El valor del otro no en cuanto me hace feliz sino que cuanto me posibilita a vivir la experiencia de donación como única posibilidad de vivir en plenitud mi humanidad.
Columna
Fernando Chomali G., Arzobispo de Concepción