Bullying
Son cada vez más son las personas que sienten un gran desprecio por la autoridad, venga de dónde venga, lo que hace poco creíble a quienes la ostentan, ya sea en el ámbito familiar, educacional, público, social y religioso. Este fenómeno empobrece la democracia. Muchos padres le temen a sus propios hijos y muchos profesores le temen a sus propios alumnos. Hoy, además, el personal de salud, le teme a los pacientes.
Muchas veces la propia autoridad pública se siente amenazada por grupos que de múltiples formas ejercen violencia. Hemos visto como se ha increpado sin respeto alguno y públicamente a las más altas autoridades del país en actos oficiales.
No nos olvidemos que en Chile, hace algunos meses, una joven fue felicitada por sus pares cuando le lanzó un jarro de agua a la ministra de educación de entonces.
Lo que hasta hace poco era considerado una afrenta pública hoy para muchos es signo de valentía incluso digno de imitar.
El diálogo se ha empobrecido y la fuerza se ha convertido en el método de resolver los conflictos. La toma de la propiedad privada y pública se ha hecho habitual, así como la huelga de hambre como método de presión.
El valor de la vida y la dignidad de cada ser humano está cada vez más cuestionado.
Detrás de cada acto de violencia hay una historia, esa historia muchas veces proviene de una familia disarmónica dónde falta cariño, amor, comprensión y ternura. También es menester reconocer que genera mucha violencia interior las grandes diferencias sociales que aún persisten en nuestro país. Muchos jóvenes están desencantados de una sociedad que no logra generar las instancias que les permita mirar el futuro con optimismo.
¿Qué hacer? Sin duda alguna que la Iglesia tiene una gran responsabilidad a la hora de dar respuesta a esta pregunta. Y la respuesta es anunciar la verdad acerca del hombre revelada por quien es la Verdad, Jesucristo. Sólo él es capaz de convertir los corazones de piedra en corazones de carne. Y hacer que el odio, la violencia no sea la última palabra sino que la vida, la vida verdadera que es amarse los unos a los otros como Él nos ha amado.
Dios es el fundamento de una conciencia recta que percibe con claridad que los conflictos, propios de la vida, se resuelven con el diálogo fecundo, con ser capaz de entregar lo mejor de sí y acoger lo mejor del otro. Y también lo es la familia.
Ella es la gran educadora en los valores que animan una sociedad como el respeto por el otro, la auténtica tolerancia y sobre todo comprender la vida como un servicio.
El mismo Señor nos dijo que vino a servir y no a ser servido y eso vale para nosotros que hemos bebido de su enseñanza.
No sacamos nada con tener más inspectores, más tribunales más castigos si no hay un proyecto de país que ayude a que el hombre le encuentre verdadero sentido a la vida y que tenga presente la dimensión trascendente de la existencia humana.
Para ello potenciar la presencia de Dios en la educación y en la familia es fundamental.
Creo, y lo digo con todo respeto, que el desarrollo económico sin la consideración del hombre como centro de éste nos puede llevar a tener calles iluminadas, parques hermosos, pero ciudadanos frustrados y carentes de lo único que nos importa y deseamos: amar y ser amados. Esta carencia se traduce tarde o temprano en actos de violencia, y cada vez a más temprana edad.