Los problemas afrontados en la construcción del cementerio penquista
Si bien el camposanto recibió difuntos desde 1823, la edificación de su infraestructura definitiva partió en 1844.
El Cementerio de Concepción comenzó a funcionar en 1823 junto con la ley que dio su origen, pero las autoridades y vecinos tuvieron que barajar un sinnúmero de problemas por unos 20 años, derivados de la falta de un reglamento para su funcionamiento.
Para que la ciudad lograra tener un panteón que estuviera a la altura de una capital regional y que contara con capilla, sala de anatomía, murallas externas en buen estado y murallas divisorias internas, el intendente de la época, Francisco Bulnes, en 1842, intervino para apurar el cumplimiento del Gobierno en este tema. Para lo cual se designó como encargado de realizar el presupuesto a Antonio de la Fuente, quien entregó un precio de $8.984 y dos cuartos octavos de real.
Con el decreto del 13 de diciembre de 1844, se daba la partida a la construcción del panteón siendo nombrado comisionado para su realización José Rodríguez.
Pero las cosas no marcharon como se esperaba. La Intendencia nombró a un inspector revisor de la obra para que mantuviese informado sobre lo que sucedía, resultado que fue remitido a la Tesorería de Fondos Públicos y que consignaba que los trabajos estaban paralizados, el edificio principal casi concluido con techos, entablados, puertas y ventanas, pero sin chapas ni picaportes y, además, sin pintura. Las piezas establecidas para caballerizas y cocheras se habían hecho. En cuanto a las murallas que cercaban el establecimiento, éstas no se encontraban terminadas. La tapia oeste era la misma de 1835, solamente modificada, y las restantes debían ser más altas. Las entradas laterales al edificio estaban sin concluir, y sus puertas estaban tan cargadas que eran imposibles de abrir.
Por otra parte, el edificio presentaba una puerta ubicada al fondo hecha pedazos y una pared desnivelada. La sala de Anatomía se encontraba sin terminar, contando con una muralla que separaba el lugar destinado para el sepulturero. Lo que en mejor estado se encontraba era la capilla, pese a que solo presentaba tres ventanas de las siete indicadas en el plano. La muralla dedicada a jardines tampoco estaba terminada.
El inspector concluyó el informe indicando que todo el edificio se veía en mal estado y que al comisionado José Rodríguez ya se le habían entregado por gastos de obra $7.700 y por sueldos $985, faltando por cancelar $30 correspondientes a ese mes.
Ante este escenario, el intendente ofició el 31 de diciembre de 1845 a la Tesorería de manera terminante lo siguiente: "1º que se suspendiera el pago del sueldo del constructor; 2º que se le notificara; 3º que el tesorero examinara las cuentas".
Transcurridos 14 días, la Intendencia volvió a oficiar a la Tesorería diciendo que, en base a los antecedentes que se tenían, y tomando en cuenta que José Rodríguez no dio cumplimiento a los decretos de construcción del panteón emitidos en diciembre de 1844 y diciembre de 1845, sería llevado a la cárcel por no dar cuentas del trabajo ni rendiciones de los dineros recibidos. Rodríguez fue notificado el mismo día e impactado, escribió al intendente Bulnes, lamentándose por la dura notificación, excusándose en que efectivamente le faltaba "una pequeñez" y que en aproximadamente 15 días estaría todo terminado. Otra de las razones que esgrimió, contaba la falta de tiempo que le permitía arreglar todavía sus cuentas y que, por lo tanto, no podía cancelar los contratos celebrados con los artesanos por el trabajo realizado en el lugar. En la misma misiva le solicitaba al intendente que suspendiera la orden de detención en su contra para que no se vieran perjudicados sus intereses y reputación, y poder concluir el trabajo.
Sobre ello, Francisco Bulnes concedió cuatro días más para la rendición de cuentas. Pero el constructor Rodríguez no tenía el panorama claro, ya que en nueva misiva manifestó que no poseía planos ni presupuesto, ya que estos se hallaban archivados en la Tesorería de Fondos Públicos y necesitaba una copia.
Frente a la situación, el intendente Bulnes perdió la paciencia y el 23 de enero dictaminó un "no ha lugar".
Si bien no se sabe el final de esa historia, puede ser que José Rodríguez haya terminado en la cárcel o que haya logrado salvar su prestigio y reputación.
Para 1846, en la memoria anual de intendentes, se detallaba: "Me es satisfactorio, que el edificio de esta clase que se está construyendo en esta ciudad reúne ventajas que lo recomiendan como una adquisición de grande (sic) importancia. El todo comprende una cuadra cuadrada, y el edificio propiamente dicho 100 varas de longitud, sin incluir en este número la capilla que ocupa una posición central. Las paredes exteriores que cierran el cuadro mencionado y las divisiones interiores de este son de ladrillo sólidamente construidas. Del mismo material son también todas las habitaciones, teniendo la altura necesaria y los techos perfectamente entablados y pintados. La capilla es igualmente sólida. Creo que esta interesante obra se concluirá dentro de pocos meses y que las reformas propuestas sobre el reglamento que lo rige y elevadas al Supremo Gobierno en la fecha ya indicada, son urgentísimas y en mi concepto debieran cuanto antes empezar a producir su benéfica influencia".
A pesar de esto, aún en 1848 se seguía tocando el punto de la mala construcción realizada. En sesión del 19 de octubre, el administrador del cementerio daba cuenta del deterioro en que se encontraba el edificio, con un techo hundido, carencia de tejas, cerraduras sin llaves y visto el conjunto, todo sin concluir.
Primeros edificios
La fisonomía de este primer panteón, contenía una edificación rectangular de aproximadamente 100 varas de longitud y estaba separada en forma simétrica por la entrada principal. Al ingresar al cementerio a través de ella, aparecía la hermosa capilla octogonal, un jardín ordenado en prados y cinco mausoleos que embellecían este primer patio, entre ellos el de José María de la Cruz, Juan Pradel, Víctor Lamas, Miguel Galán y Pedro del Río. Más al fondo, se encontraba el muro de piedras del Patio de Pobres, con puerta de acceso.
El frente, de casi 125 metros, contaba con dos cuerpos edificados que ocupaban gran parte de la extensión y estaban hechos de sólidos ladrillos blanqueados de cal, techos de tejas, cielos rasos entablados y pintados y pisos de baldosas. Sus divisiones interiores incluían una sala de anatomía, departamento para el sepulturero, corredores, caballerizas y cocheras, además, puertas laterales. La capilla por su parte, tenía una gran puerta de raulí, siete ventanas, piso de baldosas, cielo raso de madera pintada y techo de tejas.
Los muros del contorno del cementerio, que habían sido hechos en los primeros tiempos, fueron demolidos y usados como cimientos.