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Cocinero en alta mar pone el cariño en sus preparaciones

Luis Montecinos, cocinero del pesquero Bonn, de la flota de PacificBlu, relata cómo llegó hace 30 años al rubro y cómo el mar le ha entregado múltiples satisfacciones.
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Karen Loreto Retamal

Es un agradecido del mar, que le ha permitido no solo disfruta la libertad y tranquilidad que entrega el océano, sino también mantener a su familia, construir su casa y darle educación a sus hijos. "Es muy sacrificado", dice Luis Montecinos, cocinero en alta mar, pero asegura que le ha dado muchas más alegrías.

"Trabajar en el mar me ha entregado un cambio radical. De estar ganando 36 mil pesos como panadero a primer sueldo que fueron 120 mil pesos, yo dije que trabajaba 5 años y me iba. Pero acá estoy. Me cambió todo, pude lograr hacer mi casa nueva, educar a mis cuatro hijos, tres de ellos profesionales", asegura.

"¿Si me preguntan qué ha sido para mí el mar? Los logros que he tenido, las satisfacciones personales, ver a mi familia, mis hijos responsables. También todo se lo debo a mi señora", señala.

Desde 1991 que Luis comenzó esta vida en el mar, hoy como reconocido cocinero del pesquero de alta mar Bonn, de la empresa Pacific Blu. "Empecé en los barcos pesqueros de jurel y sardinas. Hacía cubierta y cocina. Estaba en las redes y otras cosas, pero cuando había relevo de cocina, yo iba", relata.

"Cuando me decidí a trabajar en los barcos, porque antes era panadero, fue porque tenía un hermano trabajando en un barco. Él habló con el capitán, quien me dice que iba a estar tres días mirando y después íbamos a bajar a la maniobra (...) Llegando a puerto, me dijo que en el próximo viaje estaría en la cocina, porque el cocinero le había fallado", añade.

No sabía cocinar, pero empezó a aprender. Lo ayudó su esposa, miraba los platos de comida, preguntaba y preguntaba. "Se dio y aprendí. Además, la empresa nos envió a hacer talleres de cocina. La pesquera en la que estoy es muy buena empresa, se preocupa de su gente y le da un abanico más amplio para poder trabajar", dice.

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A las 6 de la mañana, sagradamente, está en su cocina, donde tiene claro el menú diario, sobre todo el del jueves, donde hay cazuela de vacuna y ave y empanadas, siguiendo la tradición de la Armada, dice. "Ellos saben que ese día les tendré eso", añade.

Pero el regaloneo culinario parte con un nutrido desayuno, que incluye churrascos, barros luco, tostadas con palta, cereales y frutas. Luego, un almuerzo y onces con preparaciones contundentes y con "mucho cariño, que se nota", acota Montecinos, quien a través de la claraboya de la cocina puede disfrutar de la inigualable vista al mar.

Sobre el sistema de trabajo, explica que son un buque hielero merluzero. Es decir, "embarcamos hielo y producimos hielo. Salimos a buscar la merluza y eso se trae en cajas enhielado y estilado. Salimos con 8.500 cajas por marea. El barco hace su cuota y se va a puerto. Lo que dure la marea o la salida, pueden ser de 3 a 5 días", explica. Luego, tiene 24 horas de descanso, donde se va a su casa en Nonguén para disfrutar con su familia. "Aunque uno a veces está menos, 12 horas, dependiendo de las necesidades de las planta", agrega el cocinero, para quien mayo es un mes especial, pues es la de los hombres de mar. "Este es nuestro mes", dice, manifestando su orgullo y amor por su labor en el océano.

"Empecé en los barcos pesqueros de jurel y sardinas. Hacía cubierta y cocina".

Luis Montecinos

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Hokusai: el pintor y grabador de los mares del extremo Oriente

Katsushika Hokusai fue un pintor, dibujante y grabador japonés. Siendo niño fue adoptado por los Nakajima, familia de honda tradición artística. A los dieciocho años se convirtió en pupilo de un destacado maestro del ukiyo-e (literalmente, "escenas del mundo flotante"), género artístico que floreció durante el período Kamakura y que tendría en Hokusai a su más depurado estilista. Tras la muerte de su mentor, se estableció de forma independiente e inició una brillante carrera artística en la que utilizó toda clase de técnicas, desde el grabado hasta la ilustración de libros. Hasta 1806 concentró su atención básicamente en la representación de paisajes y escenas históricas, aunque tras la muerte de su hijo mayor se introdujo en el más comercial soporte del "libro de ilustraciones", entre los que destacan sus Treinta y seis vistas del Monte Fuji (1826-1833), culminación del ukiyo-e y una de las más delicadas muestras artísticas japonesas de todos los tiempos. Muchas de sus obras tienen relación con los océanos y la pesca.