¿Perder el año escolar o ganar experiencias afectivas?
En estos días convulsionados, donde el temor y la incertidumbre sobre lo que nos ocurrirá como sociedad tras superar esta pandemia nos consume, pesa sobre nuestras mentes una gran preocupación, que ha generado mucha ansiedad y posiciones encontradas entre los diversos actores políticos y sociales del país. Los niños, niñas y adolescentes ¿deben regresar o no a clases en mayo? Esa es la pregunta que nos formulamos la mayoría de los educadores/as. Lamentablemente, es difícil encontrar una respuesta que conforme a todos/as, principalmente por las informaciones ambivalentes y poco comprensibles de quienes están a cargo de velar por la seguridad y salud de la población del país.
Parece discutible que profesionales y políticos no entiendan la verdadera naturaleza de los niños y niñas. Sólo aquellos que compartimos a diario con ellos/as (familias, educadoras y profesores/as), podemos decir con certeza que un niño/a es energía, movimiento, afectos, juegos, besos, abrazos, gritos, alegría y euforia; que no existe poder humano que logre distanciarlos, ya que necesitan el uno del otro, aprenden colaborativamente, se desarrollan emocional y socialmente en contacto con sus compañeros, crecen y aprenden jugando con sus amigos…
¿Y si mejor replanteamos las ideas y más bien pensamos en la oportunidad única que tenemos de revindicar el rol formativo y afectivo que tiene la familia en la vida de los niños, niñas y adolescentes? Revaloricemos el hogar como primer educador, aún sabiendo, tristemente, que existen hogares que distan mucho de ser buenos modelos afectivos y que actualmente hay muchos niños/as y adolescentes sufriendo de violencia intrafamiliar.
Sabemos que la escuela es irremplazable, sin embargo, en este tiempo de cuarentena podemos fortalecer a las familias para que adopten un rol protagónico en el desarrollo emocional y afectivo de sus hijos e hijas y, ojo, esto no implica necesariamente referirnos a los aprendizajes intelectuales o prácticas escolarizadas, sino más bien a aquellos saberes que generalmente son dejados de lado en esta educación individualista y competitiva del siglo XXI. Preocuparnos por el niño/a, por su ser, por desarrollar en él valores superiores como el amor, la empatía y la afectividad.
¿Perder el año escolar? Para nada, sino más bien ganar un cúmulo de experiencias de vida inolvidables, sobre todo si logramos darnos cuenta que los niños, niñas y adolescentes de nuestro país necesitan, sobre todo en estos tiempos de incertidumbre, sentirse seguros y amados.
Si usted es afortunado/a, ha mantenido su trabajo y tiene la posibilidad de estar en casa con sus hijos/as, aproveche la oportunidad, dado que hay muchos padres y madres que aun queriéndolo no pueden hacerlo.
Columna
Patricia Arteaga González, Académica Escuela de Pedagogía en Educación Parvularia, Universidad del Bío-Bío