Angélica Vásquez V.
Pensé que este momento ya no se volvería a dar: a esta altura del año con todo lo que hemos vivido, esto de sentir más calor, despedir al frío y llegar al nivel de andar "a patita pelá" en la casa lo tomo como un regalito. Es un espacio de libertad absoluta... sin zapatos, sin nada que me encierre. Y es así que resulta imposible olvidar a los niños y su alegría de andar así siempre. Recuerdo en un hogar de menores en el que trabajé a varios niños en pleno invierno, sólo con zuecos de goma o descalzos. Tenían zapatos y calcetas pero no tenían frío. Ahora entiendo mucho más su deseo de andar así... en ese espacio sin amor ni abrazos, el andar descalzos era su contacto con la vida, algo que no les podían quitar, a pesar de los retos constantes. Todavía me dan vueltas muchas cosas de mi paso en ese lugar, sin duda habría hecho todo distinto... me hubiera dedicado sólo a quererlos. Los recuerdo brillantes a muchos de ellos... divertidos, ingeniosos, bellos. Años después volví para entregar Flores de Bach y algunas actividades de meditación para niños. Ellos se reían, hacían bromas, pescaban y no. Pero no puedo olvidar la reacción de asistentes sociales y psicólogas del lugar, ni siquiera levantaron la cabeza cuando entré a la oficina el día en que el director me había citado (estaba agradecido con la gestión). Eso explica también muchas cosas. Cuando no hay voluntad, las acciones se convierten en meros trámites vacíos, un papeleo de zombies que asusta, una medicación que anula, un amor que escasea... y ahí sí que estamos de acuerdo, falta mucho por hacer. Pero estamos en el límite, somos creadores, ahora podemos hacerlo. Se lo debemos, nos lo debemos. Mientras tanto me mantengo a patita pelá y quisiera que todos se pudieran dar este gustito....en la casa, tierra, pasto, playa... somos así de libres... ¡no olvidemos nuestro espíritu vivo! Volver a ser seres humanos sanos mentalmente, emocionalmente, con corazón, con una gran Alma. ¡Un dos tres por mí y por todos los niños a patita pelá!