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Angélica Vásquez V.

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Así decía la canción... "échame a mí la culpa de lo que pase". Ahora que ya sabemos lo dañino de la culpa, podríamos cambiarla por "soy responsable", así sería más liberador ¿o no? Esta famosa era en que en realidad todo es más simple y no tan complicado como insisten en vendernos la historia, es igualmente enredada cuando de sentirnos merecedores se trata. Casi siempre pregunto en terapia si se sienten merecedores de estar bien. Y varias veces me llevo la sorpresa de sus respuestas. Mmmm, no; mmmm, no sé; mmmm… demasiados mmmm para mi gusto. Y ahí viene de nuevo ese hechizo en el que tantos caímos por mucho tiempo. No nos sentimos merecedores por la culpa. Nos echamos la culpa de algo o nos culpamos por lo que dijimos o no dijimos. Y así estamos harto tiempo alejando lo que se nos dio como regalo divino. Culpa y merecimiento. Bienestar y vacío existencial. Y luego está el otro extremo, el de no hacerse cargo de nada y culpar de todo a los demás. Tal vez lo más evidente sea una mala relación de pareja: "el otro fue", "el otro me dañó", fue su culpa, aplica también para el trabajo y para todo. El asunto es que vamos como un gráfico del gobierno, para arriba y para abajo. O me culpo de todo o le echo la culpa de todo a las demás. Está claro que, con esa medición, no se conseguirán buenos resultados. Entonces por qué resistirse tanto a ser mejores personas, esa adicción puede comenzar a quedar atrás y claro como cuándo se deja el café u otra cosita en exceso en nuestra vida, al principio da lata, flojera, molestia, nos cuestionamos si vale la pena hacerlo y miles de excusas más, pero sí que lo vale. Es más, nos corresponde dejar esa mantita de Linus y crecer, avanzar, expandirse, amar... amar la vida, a eso me refiero. Porque ciertamente tenemos la posibilidad de hacerlo, ¿entonces qué? ¿vamos a seguir amurrados? ¿culpándonos y culpando? Dejemos la canción para cantarla en los días de aseo profundo en la casa, el resto del tiempo ¡nada!


Échame a mí la culpa