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Tribus de Panamá sorprenden con rica cultura y amabilidad

Los Kuna Yala y los Emberá Wounaan son dos comarcas panameñas. Mientras una deleita con su paradisíaca isla en San Blas, la otra cautiva al mundo con su gastronomía y cultura.
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Cinthia Matus O.

Panamá, el país que une los océanos Atlántico y Pacífico con su emblemático canal, mantiene cinco comarcas indígenas: Kuna Yala, Emberá Wounaan, Ngobe Bugle, Kuna Madugandí y Kuna Wargandi. Sin embargo, las más conocidas son las dos primeras, porque han abierto sus culturas a todos los turistas.

Agapito Solís, un panameño que hace unos años se casó con una mujer Kuna Yala, avisa que a las cuatro de la mañana pasará con su van por el supermercado 99, en Albrook Mall. Cuando llega, comenta que buscará a unos turistas japoneses, brasileños y cubanos. De camino, revela que, gracias a su vínculo amoroso, no tiene mayores problemas para entrar con más gente a la isla de San Blas. "Los Kuna son una comarca bastante especial, pero cuando uno traspasa su frontera, uno se somete a sus reglas y tiene que pagar un impuesto. No importa el cargo, hasta el Presidente del país tiene que respetarlas", asegura.

Los turistas se suben y se duermen a los minutos. Mientras tanto, Agapito continúa su relato sobre estos indígenas que, según el gobierno de Panamá, habitan el archipiélago de San Blas y tienen una población de 33.109 personas. "La comarca de los Kuna Yala tiene su propio dialecto. Hablan español, por cierto, pero ellos se comunican en su lengua", comenta Solís.

A las seis de la mañana el sol ya quema. La van se detiene en un minimarket para que los pasajeros compren algunos alimentos y a los 15 minutos se retoma el camino por una cuesta que tiene varias curvas. "¿Ven esa casona que está ahí?", de pronto pregunta Agapito Solís. "Sí", le responden todos. "Bueno, esa es la mansión que se estaba construyendo la hija favorita de Hugo Chávez, esa que decía que su fortuna se la había hecho vendiendo productos Avon. Quedó ahí, era un proyecto de hotel", asegura.

Más adelante, entrega otro dato: "¿Y saben por qué vamos en una van? Porque es una regla de los Kuna. Aquí no puede venir nadie en un vehículo pequeño, sólo jeep para no dañar las calles".

Un día en el paraíso

Al cabo de unas tres horas, el vehículo se detiene frente al ingreso de la comarca de los Kuna, donde hay unas banderas que llevan un símbolo parecido a la svástica. "Eso representa el ciclo de la vida para ellos, que uno nace, crece, muere y después reencarna", explica Agapito Solís.

De inmediato, un uniformado pide los pasaportes y 15 dólares por el impuesto. El guía recolecta el dinero y le pide que entregue los tickets por separado, "para que los turistas se los lleven de recuerdo". Después el uniformado revisa la maletera y permite el ingreso. "Bienvenidos a San Blas", dice.

El trayecto continúa por unos 40 minutos más, hasta un pequeño puerto donde hay lanchas. Allí Agapito Solís se despide y deja el grupo a cargo de un Kuna llamado Oriel. "Que disfruten el día, ahora quedarán en las buenas manos (y reglas) de la comarca", dice y se va.

Oriel sonríe e invita a que todos se suban a su lancha. "Lleven lo justo y preciso porque la comida está incluida. Pónganse el chaleco y afírmense bien", ordena.

La lancha parte y la turista cubana rápidamente comienza a gritar "¡azúcar, azúcar!". El mar está "picado" y la nave no deja de saltar mojándolos a todos. Oriel sólo mira el horizonte y con sus brazos le indica a su compañero de atrás por dónde debe dirigirse.

La lancha tarda otra media hora en llegar al primer paraíso: Isla Perro. "Aquí casi todas las islas tienen nombre de animales o de comida. Esta es nuestra primera parada. Estaremos hasta el mediodía y después pasaremos a la piscina de estrellas. De ahí nos pasaremos a almorzar en la Isla Mosquito, nuestro destino final", explica el kuna.

Los turistas corren a disfrutar del agua y se toman fotos. Nadie siente frío, todo es paz y tranquilidad. Luego, en la "piscina de estrellas", que no es más que el lugar en donde se hundió una isla y hay estrellas de mar, todos se convierten en niños. "No se pueden tocar las estrellas sí, porque ya varios las han matado", comenta Oriel.

Más tarde, en la Isla Mosquito, todos disfrutan un pescado frito con ensaladas y arroz. El agua sigue tibia y el sol brilla más que nunca. Hasta el japonés más blanco queda bronceado. A las cinco, Oriel llama a todo el grupo para regresar al puerto. Allí espera Agapito Solís, quien comparte con otros kuna unos jugos.

Indígenas amigables

Para conocer la comarca Emberá Wounaan, ubicada en la provincia de Darién, también hay que salir de madrugada. Esta vez, al volante va Fausto Solís, hermano de Agapito. "Los Emberá, a diferencia de los Kuna, que le permiten a los turistas disfrutar de sus islas, comparten más con la gente por su artesanía y gastronomía. Son gente muy amable", adelanta.

Luego de tres horas y media de viaje, un Emberá llamado Juan ofrece su piragua para llevar la gente a su comarca. Al llegar, un grupo de mujeres se asoma por una loma, ataviadas de faldas coloridas y flores en el pelo. Todas dan la mano y sonríen.

Cuando todos los grupos llegan, la gente es distribuida en diferentes piraguas para ir a la "cascada". Allí, otros jóvenes de la comarca esperan para darse un baño con los turistas. Roberto, un indígena de 23 años, comenta: "Me siento orgulloso de mis raíces, pero también quiero estudiar. Me encantaría algo con marketing, negocios", dice.

La cascada queda registrada en diferentes fotografías y a eso del mediodía, todos los grupos regresan en las piraguas a la comarca. Juan ahora va con su nieto de 5 años, quien apenas se baja de la piragua corre a tocar las maracas en un grupo de música que recibe a todos los visitantes.

Entonces, el líder de la tribu da la bienvenida y con una breve charla explica quiénes son. Después invita a que todos disfruten de sus comidas que son preparadas por las mujeres a la vista de todos. Destacan la yuca (que la preparan igual que las papas fritas) y las frutas, exquisitas a más no poder.

La cita termina con unos bailes típicos en los que pueden participar los turistas. Nadie mira los celulares, pero no porque no haya señal, sino porque todo lo imprescindible está a la vista. "A la noche wasapean y se contactan, pero ellos no dejan su estilo de vida", dice Fausto Solís.

"No importa el cargo, hasta el presidente del país tiene que respetar (las reglas de los Kuna)"

Agapito Solís,

guía panameño