Angélica Vásquez V.
Sabía que la columna basada en Clint Eastwood, el sábado pasado, sería llamativa y por lo mismo hago la secuela, inspirándome ahora en el título de una película. Porque aceptar esas tres definiciones como parte de uno, es un gesto de transparencia y honestidad. ¿Comienzo? La buena, la buena de mí, que está siempre presente, con una especie de escudo dispuesta a salvar el mundo, pero olvidando salvarse ella misma primero. Sí, pues, creemos que podemos con todo y no es así. Muy lejos de aquello. Esa lamentablemente fue otra creencia incorporada que nos desgastó, nos confundió y nos hizo retomar el rumbo a cabezazos. Sabiendo ya aquello, podemos trabajar lo de ser buena con más calma, sin ansiedad. Soy buena para la fuente de Energía cósmica, soy buena para Dios, soy buena para mí y con eso basta. La mala. Pegadita a la buena, y también dentro de uno, está "la mala". ¿Mala para los demás? ¿Mala para mí? Porque si es mala para los demás, a lo mejor es liberación y amor propio y eso sigue dejando en buena… jajaja. ¡Ya! Aquí llego donde la fea, el concepto más amplio de todos. La fealdad de hacerme zancadillas, la de permitir muchas sombras en mi vida, la fealdad que creí ver en los demás y estaba en mí, la fealdad de permitir que mi vida pase por el lado sin estar plenamente consciente... Fealdad es entonces belleza, maldad es bondad y ser buena es lo que soy. Sólo eso, buena porque elegí antes de bajar a esta supervida todas las experiencias y al igual que ustedes aquí estoy. Dándole, pero en conciencia y con una dosis de amor cada vez más alta, todo sabe mejor. Ahora nadie dice que tener esas tres energías es contraproducente, son sólo partes de ese ego controlable que está siempre ahí. Es más, ustedes y yo sabemos que hay mucho más... la winner, la perdedora, la sabia, la despistada, la víctima, la empoderada, etcétera. Y todas son bellas, forman parte de nosotros, ni más ni menos, así que aceptar y seguir...