Chinchorrera lotina relata cómo era pescar carbón desde el mar
Aunque viven casi en el olvido, las chinchorreras cuentan con el respeto de los hombres de mar que las vieron trabajar y sacar adelante a sus familias. Su presente son penurias y enfermedades por el esfuerzo físico que hicieron.
Durante décadas, familias completas, grandes y chicos, entraban y salían del mar para recoger los restos de carbón molido que caían al mar desde las instalaciones de Enacar, desde el sector Chambeque hasta la orilla de la caleta El Blanco, en Lota.
Eran los chinchorreros, que con una malla atada a una larga vara, llamada chinchorro, esperaban pacientemente que los restos del carbón aparecieran en el mar, generalmente con la baja marea.
Chinchorreros
"No habían horarios fijos, el carbón aparecía con la marea y nos íbamos a chinchorrear", rememora, Emilia Reyes Vergara, quien durante décadas trabajó en la actividad a la par con los varones, para sacar adelante a su familia.
"Era tremenda para la pega", aseguran sus antiguos compañeros chinchorreros que, cuando ya no hubo carbón que sacar, se fueron a la pesca.
Emilia confidencia que tuvo que empezar a trabajar desde muy niña, luego de que falleciera su madre. "Así era antes, empecé a trabajar de chiquitita porque mi mamá murió y yo tuve que salir a vender pescado".
Luego de algunos años, "cuando empezó a salir carbón molido en Enacar, empezamos a chinchorrear, sacábamos el carbón y nos iban a comprar, nos iba bien, por lo menos para mantener a las familias", cuenta Emilia.
Trabajo en familia
Celedonio José Santander, uno de los tantos chinchorreros que derivó a la pesca, casi no recuerda cuándo empezó a ayudar a su familia a recoger carbón. "Uno iba de cabro chico con la familia y ayudaba en lo que se podía".
"Juntábamos rumas del carbón que sacábamos y cuando venían los compradores había que cargar los camiones", recuerda Celedonio.
En un buen día, se podían a juntar hasta un centenar de chinchorreros en la playa para recoger el carbón que aparecía flotando, "cuando la cosa estaba buena ganaban todos, el del bote, si es que había, los chinchorreros, los que juntaban el carbón, los que cargaban el camión, todos sacaban algo".
En la orilla, los más pequeños llenaban sacos harineros con el carboncillo; después, los costales se iban en camiones y terminaban en algunas fábricas, "con el carbón que se sacaba se alimentaban los hornos de ladrillos", cuentan.
Las familias aseguraban carbón para su propia casa y además vendían para después ir a comprar cosas para la casa.
No había necesidad de buscar compradores, "la playa se llenaba de camiones, siempre había como mínimo cuatro compradores, y si había harto carbón se llenaban 30 camiones con las bolsas de carbón", recuerda Celedonio.
Cuando el carbón no se asomaba flotando, los más grandes se acercaban a los lavaderos de Enecar para recoger trozos más grandes de carbón que caían a la playa o al mar, eran los tosqueros.
Emilia Reyes cuenta que por esos años eran como una gran familia, "en El Blanco compartíamos todos, vendíamos carbón, pescado, luga, lo que fuera, dependiendo de cómo estaba la cosa".
De esos días, se recuerda, entre muchas otras, a Janet Mella, Rebeca Solís, Malena Solís, "doña Ramona", Gabriela Santander de El Morro, y la ya fallecida Cecilia Mella.
Olvido y enfermedades
"Desde que me vine de Lota a Lagunillas ya no tengo mucho contacto con las antiguas chinchorreras", cuenta Emilia, quien perdió su casa, con todas sus cosas y recuerdos, para el terremoto de 2010, y recibió una vivienda, pero en Coronel.
Desde hace un par de años, varias enfermedades la aquejan, "tengo la presión alta, artrosis, la presión alta, antes no me dolía nada, cuando vivía en Lota".
Cuando era joven, asegura, "una no sentía ningún dolor, y eso que pasábamos varias horas metidas en el mar, pero había trabajo y eso era lo importante, ahora se vinieron todos los dolores y enfermedades juntos".
Emilia cuenta que hace unos años se gestionó una pensión para las chinchorreras; sin embargo, en su caso, nunca ha visto un peso. "No tengo pensión, no tengo nada, sólo vivo de la misericordia de mis hijas que me ayudan a pagar las cuentas y comprar cosas para comer".
Cuatro son las hijas de Emilia. Un hijo que tuvo falleció a los 16 años. "Se me ahogó en el mar y su cuerpo nunca apareció, se dio vuelta el bote y seis se salvaron, pero mi hijo y otro niño se murieron".
"Falta un reconocimiento a los hombres y mujeres que estuvieron metidos en el agua chinchorreando", concuerda Celedonio Santander.
Juan Faúndez, dirigente pesquero de El Blanco, asegura que hay que darles un reconocimiento económico a las chinchorreras, "hay otras personas recibiendo pensiones, y no siempre se sabe bien por qué motivos, pero ellas que sacaron adelante a sus familias, no han recibido nada".
Fin del chinchorreo
Con el cierre de Enacar, a fines de la década de los '90, se acabó el carbón en el mar y, poco a poco, los chinchorreros empezaron a buscar otras actividades.
Algunos en la luga, otros en la pesca, todos tuvieron que buscar nuevos trabajos, "varios viejos tuvieron que salir de Lota a buscar pega a otro lado, pero hay quienes creemos que esto hay que levantarlo como sea, y no nos daremos por vencido", cuenta Faúndez.
Pese a las dificultades que vivió, Emilia tiene buenos recuerdos de esos años. Recorre la playa donde alguna vez trabajó como chinchorrera. "Echo de menos Lota, hace mucho tiempo que no venía, es lindo aquí".
"Falta un reconocimiento para las chinchorreras"
Celedonio José Santander,, pescador y chinchorrero"
"En El Blanco compartíamos todos, vendíamos carbón, pescado, luga, lo que fuera"
Emilia Reyes Vergara,
chinchorrera."