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Angélica Vásquez V.

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No tengo claridad desde cuándo empecé a escuchar que la felicidad era una decisión, pero sí recuerdo con claridad desde cuándo escuché que nadie era 100% feliz y que era algo pasajero que costaba mucho conseguir: ¡Desde siempre! Así de fuerte ha sido para todos. Es que en verdad había un homenaje al hecho de no ser feliz, era algo cultural que rayaba en lo bizarro de decir que si ríes mucho, llorarás después, y que cuando lograbas sentirte feliz era fácilmente arruinado. Y eso significaba un precio muy alto que había que pagar por ese estado supuestamente tan frágil. Pero ¿por qué se empeñaron en decirnos eso? Porque era más cómodo, se sobrevivía mejor. Pero yo no quiero sobrevivir quiero vivir, y sé que todos piensan lo mismo. Y ahí viene este terremoto que se produce al sacudirse de tanto barro y salir de ese alud de emociones negativas, defender este estado interno que está unido a eso tan sencillo y poderoso a la vez como la paz interna, esa plenitud al alcance de la mano, que de pronto produce un desdoblamiento tan heavy que te miras desde fuera, tendida en tu cama, respondiendo mensajes de amor y disfrutando de un capítulo noventero de Los Simpson (los mejores, por cierto). Pero hay mucho más involucrado: es el derecho de nacimiento, lo que el cosmos nos envió, una energía que debemos usar constantemente hasta acostumbrarnos y darla por hecho, como el café de la mañana, como el descuento en la tienda, como el pijama de polar suavecito. Felicidad por los siglos de los siglos, amén. Somos seres de luz, somos seres completos, tal como dijo Wayne Dyer, almas en cuerpos y no al revés. Entonces la próxima vez que te pregunten si te mereces ser feliz, contesta un sí de corazón, porque así te lo piden desde arriba, porque ese es el grito de tu corazón. Porque mientras más karma quememos, más rápida será nuestra evolución, caramba. Tarea para la casa: ¡Ser feliz non stop!


¿Te mereces


ser feliz?