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El guardián de la ballenera

José Barra conoció el auge de la planta que se instaló en el poblado de Quintay, causando un gran auge económico.
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Roberto Cadagán Delgado

El recuerdo es claro, no en vano fue una vida de trabajo. "Nosotros no nos demorábamos nada en faenar una ballena. En menos de una hora ya la teníamos lista para echarla al horno", cuenta José Barra, antiguo maestro descuartizador nacido y criado en Quintay, y ex trabajador de la empresa ballenera Indus desde1947 hasta el día en que detuvo faenas.

Eran días en que los humos y olores del funcionamiento de la planta ballenera de Quintay inundaban todo el pequeño pueblo ubicado a 70 kilómetros al norte de San Antonio.

Había un olor fuerte y desagradable producto del cocimiento de la carne, la piel, las vísceras y los huesos de ballenas y cachalotes. Ese hedor lo impregnaba todo: la ropa, las casas, las plantas... pero las pocas personas que habitaban el pueblo de la Región de Valparaíso hace 50 años lo soportaban porque significaba trabajo. Y en esos años una buena pega valía mucho.

La industria llegó a faenar 90 cetáceos en tres turnos de día y noche, de lunes a domingo.

Hoy la situación es diametralmente opuesta. La caleta resurge con el turismo, el auge inmobiliario y la investigación científica de la Universidad Andrés Bello. De la planta ballenera solo quedan restos oxidados y destruidos.

Memoria

En el esfuerzo por mantener la memoria del lugar y resaltar el recuerdo de lo que alguna vez existió, la Fundación Quintay se formó (octubre de 1997) para contribuir a la creación de una cultura de protección del medio ambiente marino y a largo plazo transformar las antiguas instalaciones en un centro de promoción del respeto al mar. Por eso celebraron cuando el 27 de agosto de 2015 el decreto 321 del Ministerio de Educación declaró a la ex ballenera de Quintay como Monumento Nacional.

Ese empuje les permitió formar un pequeño museo en las ruinas de la industria donde se recuerda el trabajo que ahí se realizaba, específicamente en el procesamiento de los grandes cetáceos.

Recuerdos

José Barra pasa sus días en la caseta de ingreso al sector donde estaba la ballenera. Ahí cobra una entrada de mil pesos a los adultos que deseen conocer el museo.

Es una labor tranquila, demasiado a veces, pero que este hombre curtido por el paso de los años cumple con agrado pues le recuerda sus años de juventud donde se hizo una vida en la ballenera.

Comenta que "empecé a trabajar aquí a los 15 años".

Para esa época entrar a la industria era lo más esperado para un joven nacido y criado en el poblado. Era sinónimo de futuro. "Yo era maestro descuartizador. En 8 horas hacíamos más de 5 ballenas grandes, y de las más chicas, de esas cachalotes, se hacían 10 ó 12".

-¿Eso era por día?

-Noooo, en solo 8 horas. Acá en los años de mayor producción se trabajaba en tres turnos diarios. Uno entraba a las 4 de la mañana hasta las 12 del día, luego otro hasta las 20 horas, y el último hasta las 4 de la madrugada. Es que en esta zona había mucha ballena, llegaban los barcos todos los días.

-¿Cuando usted comenzó a trabajar aquí, cuánta gente laboraba en la planta?

-Ufff, al menos 800 personas. Venía gente de Valparaíso y muchos de Valdivia y Chiloé. No ve que allá antes había plantas balleneras y en los barcos se trajeron a todas esas personas. Muchos eran chilotes, esos fueron los primeros balleneros, después nos sumamos trabajadores de aquí, Casablanca y Valparaíso. Conocí a los primeros balleneros que llegaron, trabajaban en barcos mercantes y recorrían los mares del sur austral de Chile. Luego se instalaron en la isla Guafo en Chiloé y después fueron recorriendo hacia el norte en busca de los cachalotes. Hasta que llegó un momento en que regresar a su base les resultaba muy lejos y decidieron instalarse por acá.

-¿Era buena la pega?, ¿pagaban bien cuando usted comenzó en la Indus?

-Sí, daban buen dinero. Aquí en Chile no había una fábrica que pagara mejor que ésta. Por eso todos querían trabajar aquí.

-¿Recuerda cuánto comenzó ganando?

-Sí, eran unos centavos nomás. Imagínese del año '48, debieron haber sido 6 ó 10 pesos, pero para mí era mucha plata. Cuando me retiré como maestro descuartizador ganaba 650 pesos y eso me alcanzaba para comprar mercadería para el mes y me quedaban 200 pesos para darme vuelta. Era harta plata, rendía.

-¿Y qué había en Quintay para gastar ese dinero?

-Nada poh, los trabajadores iban a Valparaíso. Cuando paraba la ballenera para hacer alguna reparación, la única parte donde ir era Valpo. Aquí era zona seca, no se vendía trago, aunque de todos modos nos arreglábamos para tomar algo.

-¿Cómo lo hacían?

-Es que por aquí pasaban los camioneros todos los días, teníamos amigos que traían el vino en chuicas y los salíamos a esperar al camino, jajajá. Por ahí mismo nos pegábamos unos cañonazos.

Eran días buenos en Quintay, había muchos trabajadores, plata y empleo, pero la ecuación no duraría para siempre.

-¿Cuándo comenzó a declinar la cosa?

-Todavía quedaban ballenas, pero paró porque nos dijeron que comprarían sebo en el extranjero que era más barato que producirlo aquí. Pero tres años después las ballenas fueron puestas en veda.

-Y ahora toda esa industria ballenera es solo recuerdos y silencio...

-Ufff, se vienen muchos recuerdos. Tanta gente que pasó por aquí, tantos barcos, ballenas. Me acuerdo aún de los cortes que le hacía a la ballena. Los tengo aún en mi mente. A veces me acuerdo de esos años.

"Llegué por una casualidad a trabajar en la ballenera. Fue mi hermano quien me consiguió la pega".

José Barra"