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Sebastián Pérez

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En el transcurso de nuestra vida, parecido a como pasaba en la película "Matrix", distintos programas se van instalando en nuestro cerebro. Capas y capas de software: colegio, amigos, trabajo, etc. se van añadiendo sobre nuestro sistema operativo original, ese con el que venimos al nacer. En algún punto de la existencia, la capacidad innata que todos tenemos, llamada imaginación, empieza a ser machacada con continuas órdenes supresoras. Como si de un virus a eliminar se tratara, complicados algoritmos se encargan de enseñarnos que "soñar despierto" es malo y a reírnos del tipo soñador o "que vive en las nubes" y así hasta que, finalmente, los sueños son relegados a la noche.

Ursula K. Le Guin, una de las más grandes escritoras de Ciencia Ficción y Fantasía de nuestro tiempo y alguien que milagrosamente parece haber escapado de ese masivo adoctrinamiento, en uno de sus últimos discursos antes de morir dijo: "Creo que llegan tiempos difíciles en los que buscaremos las voces de escritores que sepan ver alternativas a nuestro modo de vida actual, y que sepan ver, más allá de nuestra sociedad temerosa y sus obsesivas tecnologías, hacia otras formas de ser, e incluso imaginen bases sólidas para la esperanza. Necesitaremos escritores que sepan recordar la libertad. Poetas, visionarios, los realistas de una realidad más amplia…. Todo poder humano puede resistirse y cambiarse por seres humanos. La resistencia y el cambio muchas veces empiezan con el arte, y muy a menudo con nuestro arte, el arte de las palabras". Y si algo necesitamos en forma desesperada en estos días es de esos soñadores, necesitamos soñar que hay otro mundo, uno donde los niños no son bombardeados por aviones de guerra o separados de sus padres al cruzar una frontera, o donde las personas no son torturadas en las cárceles. Si no somos capaces de rescatar nuestros sueños, de volverlos realidad, puede que terminemos quedándonos sólo con nuestras pesadillas.


Vamos a soñar