El pasado 20 de marzo se celebró a nivel mundial el "Día de la Felicidad". Fue instaurado el 2012 por la ONU, con la finalidad de recobrar la importancia que tiene esta, en el desarrollo de los países. La idea es orientarlos a dirigir sus políticas en pos del bienestar de sus ciudadanos; invitándolos a concentrar sus recursos para combatir la pobreza, reduciendo la desigualdad, y trabajando, en definitiva, por el despliegue del Bien Común.

Desde la antigüedad, los grandes pensadores han estudiado aquello que mueve al hombre a actuar. Cuál sería el fin último de todos sus actos, y maestros como Aristóteles, concluyeron que la naturaleza humana tendería a alcanzar siempre el bien perfecto, que se identificaría como Eudaimonía: la felicidad. Felicidad entendida como plenitud, como aquello que se busca por sí mismo, y de lo que no se espera obtener nada posterior. Es por ello que si miramos bien, veremos que, independiente de los apremios económicos, es en nuestro propio entorno diario, donde encontramos los motivos para colmar nuestra alma de aquello que buscamos incansablemente. Observando a nuestros alrededor, cuidando y fortaleciendo nuestros lazos con los demás, con aquellos que amamos: nuestros hermanos, hijos, padres, amigos, etcétera. Es que tenemos un recurso invaluable: el espacio para abrirnos a sentirnos y ser plenos, y a hacer dichosos a quienes nos rodean.

Concepción

Talcahuano

Tomé

Cañete

Arauco

Curanilahue

Lebu