Semana Santa es un tiempo privilegiado que nos regala Dios para celebrar el inmenso amor que Dios nos tiene. En la pasión, muerte y resurrección del Señor podemos ver reflejada toda nuestra vida, pero sobre todo, toda nuestra esperanza. Es tal la intensidad de las celebraciones que no podemos sino arrodillarnos delante de Dios para agradecer el sacrificio que Él hizo por cada uno de nosotros. De hecho San Pablo dice que Jesús lo amó y se entregó por él. Cada uno de nosotros, al contemplar la vida de Jesús podemos decir lo mismo. Cada gesto, cada palabra, cada episodio de la vida de Jesús muestra como Él, a través del sufrimiento que padeció, entra en el misterio mismo del mal que tanto dolor nos causa. Pero no para quedarse allí en un infinito lamento, sino que fruto del amor de Dios darle un giro nuevo, fruto de la resurrección de Jesús, fruto de la acción del Padre, su Padre, que es también el nuestro.

La pasión, muerte y resurrección de Jesús tiene muchas consecuencias prácticas para cada uno de nosotros. La primera y la más importante que nada prevalecerá por sobre el amor de Dios. Nada. Es por ello que Santa Teresa de Ávila dice que "sólo Dios basta". La segunda es que la muerte ha sido vencida. Es por ello que leemos en la escritura que si hemos muerto con Él, resucitaremos con Él. La tercera es que mirando a Jesús en la Cruz podemos darle un nuevo sentido a nuestros propios sufrimientos, que a veces son muchos y muy intensos, pero no son la última palabra en nuestra vida.

Semana Santa es una gran posibilidad de abrirnos a la esperanza que nos trae el Señor, fortalecer nuestra fe y además vivir el mandamiento del amor, que se resume en amar a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a una mismo. Si Semana Santa nos lleva a comprender la dignidad que poseemos y la que posee los demás, sin duda que hemos emprendido el camino de la vida según el querer de Dios.

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