María fue concebida sin el pecado original. Es Purísima y ello le permitió acoger en su vientre a Jesús, el hijo de Dios.
María destaca por su humildad. Ella comprendió mejor que nadie que el proyecto de Dios es muy superior al proyecto que hace uno se propone. Ella lo vivió. Una mujer sencilla y joven es elegida por Dios para que llegase al mundo quien nos traerá la salvación, la verdad, la vida, la luz que ilumina y nos enseña los misterios más profundos que anidan en nuestro corazón.
Jesús nos ayuda a encontrarle sentido a la vida y a caminar confiados por la vida y junto a los demás. María es una mujer atenta a las necesidades de los demás. Ella se da cuenta que no hay vino en la boda y comprende que quien puede proveerlo es Jesús, su Hijo.
Ella nos invita a hacer lo que Jesús nos diga. Así no vacilaremos en nuestra vida y nuestras decisiones. María es una mujer llena de Dios y esa condición la lleva a servir a los demás. María es motivo siempre de alegría, de hecho el hijo de Isabel saltó de alegría en el vientre de su madre cuando llegó María.
María es dichosa, es plena, no por obra suya, sino que por gracia de Dios. María lo dio todo, se dio por entera y encontró la felicidad plena que nadie se la puede arrebatar. María es bendita, es nuestra madre y quien nos convoca el 8 de diciembre para rezar, alabar a Dios y reconocerla como Reina y Madre Nuestra.
Columna