Conozca a Martel, el peluquero de San Pedro que se convirtió en "rostro" de la venta de gas
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César Martel, tomecino de nacimiento, es peluquero y estilista. Tiene 75 años y sus manos siguen siendo una de las más hábiles de San Pedro de la Paz. Conoce todas las técnicas: máquina, tijera y navaja, con las que corta el pelo a hijos, padres y abuelos. Tres generaciones de la Villa San Pedro desde 1970.
Su señora, María Andrade, la acompañó durante gran parte de su carrera como ayudante. Tiene la misma edad que César, pero los años se hacen notar y hoy se dedica a tareas hogareñas y velar por uno de sus nietos.
De este matrimonio nacieron tres hijos, hoy todos profesionales. Sandra, experta en prevención de riesgos; Rodrigo, ingeniero civil mecánico y Pamela, kinesióloga. Ellos son el orgullo de la familia y de César Martel.
Fama
El reconocido peluquero hoy goza no sólo de buena salud y felicidad, sino que también de fama. Su popularidad aumentó cuando apareció en un comercial de la empresa de gas Gasco. "Llegaron unos jóvenes. Me ofrecieron salir en un spot para que llegue más a los vecinos de la Villa San Pedro. Supieron que esta peluquería, con los 47 años que tiene, ha visto pasar varias generaciones", dice Martel, asumiendo sin problemas que es un referente.
Tan conocido y popular es que incluso le han ofrecido ser político. Pero don César sonríe con suspicacia. "No, siempre digo que no. Prefiero trabajar. Ya estoy viejo para pasar por eso", afirma riéndose.
El inicio
César Martel corta el pelo desde los 13 años. Sus primeros clientes fueron sus compañeros de curso y profesores. Incluso, su padre, que era agricultor, optó por la peluquería. "Me dijo: te voy a poner una peluquería. Al tiempo él empezó a cortar el pelo conmigo", recuerda.
A los 16 años cortó para los empleados de la Fábrica de Paños Bellavista Oveja Tomé. Ahí estuvo hasta los 24, cuando se fue a Concepción.
Como imponía desde muy joven, pudo optar a una casa en la recién inaugurada Villa San Pedro, construía post terremoto del '60. Renunció a la desaparecida y céntrica peluquería España y decidió trabajar como independiente en su casa.
Su local está ubicado en calle Los Peumos. En la amplia acera con pasto verde se erige un cartel grande que dice: Peluquería Martel.
Allí, César recibe a sus clientes con su pelo blanco, frondoso, bien cuidado y peinado. Una bata blanca le da aspecto de médico cirujano. Parece de 55 años.
Sonríe, hace pasar a unos clientes. Un espejo grande cubre una larga pared. Todo está muy ordenado. Hay una mesa con revistas. Un televisor pantalla plana está en una de las esquinas del techo.
Un letrero indica los precios: 3.500 pesos adultos y 3.000 pesos los niños. No atiende damas. Lo hizo un tiempo, cuenta, y luego optó sólo por varones, ya que en el lugar hay muchos ejecutivos, jóvenes y pequeños, por lo que se dedicó a ese segmento.
Asimismo, explica que hay una diferencia entre ser peluquero y estilista, especialidad que él tiene y que adquirió tras estudios en Santiago, con lo cual logró adaptarse a lo que el cliente quiere, de acuerdo a la estética de la morfología facial. O sea, lo que le viene a la gente. "Uno corta de acuerdo a la persona, esa es la idea. No es llegar y cortar el pelo porque sí", enfatiza.
Historias
"Cada cliente tiene su historia. Sin ser amigo íntimo, les sé toda su vida, desde cuando se casó para adelante. Sin siquiera salir a tomar un trago o café. Sólo por la peluquería", sostiene César Martel. Tiene mil historias, pero tal como un psicólogo, un abogado o un clérigo, tiene secreto profesional. Sin embargo, quiso desclasificar dos historias, porque tienen ciertos años y los protagonistas puede que ni recuerden.
Una vez la señora de cierto connotado personaje penquista le pidió que le cortara los bigotes a su marido. Cuando el aludido llegó a su local, le dijo que tenía ganas de hacerse un retoque en el mostacho y don César lo hizo sin pensar. El cliente pegó un grito, pero al rato lo asumió. A las horas, la señora le llamó para agradecer por el "nuevo hombre" que le había enviado.
En otra ocasión, otro cliente llegó muy ebrio, tanto que incluso se cayó dentro de su negocio. Le cortó el cabello no sin dificultad, pero nada que desafiara sus expertas manos. Tres días después, el sujeto volvió y sin estar convencido le preguntó: ¿me corté el pelo o no me corté el pelo?, dudando.
Tanto quiere a su gente que va a cortarle el pelo a los que ya están abuelitos y ya no pueden salir de sus hogares por sus delicados estados de salud. "Voy a sus casas y les corto. Cobro lo mismo", cuenta.
Tal vez esa es su receta para el triunfo: ser buena gente, cariñoso y amable, como es conocido en el barrio. "El secreto para ser buen peluquero es gustarle. Si gusta, uno no se aburre de trabajar", asegura.J