Conozca a Julieta, la emperatriz de Caleta Tumbes, famosa por su sacrificio y enorme optimismo
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Hace de todo, todos los trabajos posibles en torno a la pesca y la marisquería. "Es que así debe ser", según dice, para mantener a su madre, de 87 años de edad, que hace 23, depende absolutamente de ella producto de una trombosis cerebral.
Es la historia de esfuerzo y de mucho optimismo de Julieta Rivas Mendoza, madre de Abraham (16), quien ha incursionado con bastante éxito también en la cocina y la amasandería para tener el sustento familiar.
Se define como la mujer y el hombre de la casa, ya que todo lo que ha luchado en su vida, lo ha hecho sola. Pese a todo ello, tiene 52 años, muy bien llevados, cuesta creerle que no sean menos.
Toda su vida ha vivido en Tumbes, antes residía en la caleta Canteras, más cerca del mar, pero con el terremoto de 2010, tuvo que irse a vivir en una aldea en el cerro.
"Toda mi vida ha estado ligada a la mar. Hubo un tiempo que no había podido trabajar adentro, por distintas razones, pero últimamente me he sentido más feliz, porque he podido salir más al mar", afirma Julieta.
En su casa son tres. "Vivimos con mi mamá y mi hijo, aquí yo soy la mujer y el hombre del hogar. Lo que pasa es que uno a veces se enamora de la persona equivocada, pero de ese amor nació mi hijo", cuenta esta mujer, quien se autodefine como soltera por opción.
"Yo soy independiente. Me gusta ser sola, cuidar a mi hijo y sin atados. No necesito estar ligada a un hombre. A mí me gusta salir con mi hijo o sola, también corro por atender a mi mamá y hasta el momento, no me he enamorado", asume la inquieta Juliana a quien le cuesta que deje los quehaceres del hogar para que se siente conversar.
Julieta trabaja en varias cosas, de hecho, los mismos vecinos del sector le piden ciertos encargos y ella los hace, siempre pensando en tener más dinero para la familia. "Me mandan a picar y cocer cebollas para empanadas y yo lo hago. Me mandan a buscar para lavar una cabeza de pescá y yo lo hago. Me mandan a cocer marisco y yo lo entrego cocido y picado", detalla.
"También les lavo los trajes como a cuatro buzos de por acá. No es tan complicado teniendo el tacho con agua y secarlo a la sombra, porque con el sol se abren y ceden las costuras, muchas veces se los coso. Esos se lavan diariamente, porque con el agua salada se cuecen y se echan a perder, hay que sacarles el talco también que usan los mariscadores", explica sobre esta importante labor, que permite a los hombres de mar descansar de ello. "Algunos que viven en Talcahuano, vienen a dejar su traje después de trabajar y en la mañana lo vienen a buscar", cuenta.
EL MAR
Sin embargo de todas y sus diferentes tareas, la que más disfruta es la de salir en el bote con su hermano, primos y padre a mariscar. "Yo soy telegrafista, así le llaman a las personas que están arriba del bote y tiran los baldes con mariscos hacia afuera del agua, ahí caen buenas monedas igual. Eso lo hago desde los 15 años, con mi hermano salía primero", relata esta simpática mujer.
"Es lo que más me gusta, porque uno mira el mar y todo es libre, es bonito. Además que uno se va sirviendo ahí mismo el marisco que va sacando el buzo. Nosotros salimos al Chalaco, al Alfaro, al Pan de Azúcar o a la Isla Quiriquina. Y sí, sale marisco, lo que pasa es que el mariscador tiene que tener mucha paciencia", afirma Julieta Rivas Mendoza.
Con sus 52 años, Julieta ha sido bastante pionera en el mundo de la pesca, ya que con sus familiares ha derribado algunos mitos que había en torno a las mujeres sobre los botes de pesca. "Antes decían que cuando uno estaba en sus días de período, la mar se embravecía, pero yo no creo en eso, porque yo trabajé mis nueve meses de embarazo, hasta el último día en que tuve a mi hijo y no pasó nada", señala.
"Yo creo que era más una excusa para no dejar salir a las mujeres, porque el hombre quiere mandar. Yo no, yo salgo no más, porque yo busco mi fuente de trabajo", aclara con evidente pasión.
"A veces voy a mariscar a la Isla Quiriquina, a la orilla. Y después vendo los mariscos, aquí, puerta a puerta", aclara.
LOS ESTUDIOS
Con esta vida de trabajo desde bien pequeña, Julieta dejó de lado los estudios, pero su determinación ha hecho que esté pronta a ingresar a cursar la enseñanza media. "Yo llegué a 4º básico, pero el año pasado terminé la básica en una escuela en Talcahuano, por el programa de Ingreso Ético Familiar, me guiaron para que terminara mi octavo año básico", cuenta con orgullo.
"Ya fui a buscar mis documentos, para inscribirme y seguir estudiando. Me cuesta, porque el tiempo pasa y nos vamos poniendo viejos (sonríe). Siempre quise terminar mis estudios, ahora que está mejor la locomoción y voy los sábados, ahí mi hijo me ayuda un poco en lo económico", relata.
Con sólo 16 años, Abraham ya ayuda a su madre con dinero cada vez que puede. "Sale a trabajar y está aprendiendo de la pesca, pero yo no quiero que sea pescador, porque es muy sacrificado. En el invierno, uno piensa en que sale y nos sabe si vuelve, porque ha habido casos", apunta.
"Yo quiero que él estudie y que sea más que nosotros, porque es sacrificada la vida del pescador, y no tienen jubilación a futuro", comenta.
"Mi hijo está estudiando técnico portuario y quier especializarse y piensa en presentarse para quedar en la Escuela de Grumetes, para mi sería bueno", dice con cara de esperanza.
"Pero me da un poco de pena, él se iría de la casa, si queda no lo voy a ver como en dos meses, y él me ayuda harto con su abuela. Ojalé que se afirmen sus pasos para que no se vaya a resbalar, es un buena opción esa escuela", indica.
EL FUTURO
Al igual que sus vecinos, esta mujer espera vivir en una de las casas que construyó el Gobierno para los damnificados del terremoto. "Ahí estaremos más tranquilas, con la comodidad de tener el baño dentro de la casa y hartas cosas que faltan acá. Lo que más afecta es el baño, a mí me gustaría poder ducharme, quedarme un rato con el agua corriendo en la espalda. Estamos esperando y creo que va a ser diferente", afirma.
También es habilidosa en la cocina. "Yo me he ganado máquinas para hacer pan de Navidad, hicieron un concurso de comida y yo me gané el primer lugar. Hice con mi sobrina una Merluza Rellena a la Juliana y me gané el primer lugar. Me dieron 500 mil pesos, con eso invertí en el horno, fondo, fogón, distintas cosas para hacer mi amasandería", relata.
Definitivamente el sello de esta simpática marisquera es el optimismo. "Como una está sola, tiene que pensar en que hará mañana de almuerzo y salir a buscar. Mi mamá se enfermó hace 23 años, yo me siento alegre de poder cuidarla. Yo soy una mujer independiente, positiva, es difícil verme bajoneada y mi hijo me dice que soy buena mamá", concluye. J