Conozca cómo es la jornada de entrenamiento de un grupo de artes marciales mixtas
La Estrella vivió desde dentro la experiencia de practicar, junto a un profesor y sus alumnos, esta disciplina que cada vez gana más adeptos en nuestra zona.
l Juan Fariña López
Para hablar con propiedad sobre las sensaciones y la adrenalina que entregan algunos deportes, qué mejor que mostrar la experiencia desde dentro. Una misión nada de fácil considerando la delgada contextura y los sesenta kilos de peso del periodista que firma esta nota y puso a prueba su total humanidad.
Lo primero que se debe señalar es que las Artes Marciales Mixtas, conocidas como MMA por sus siglas en inglés (Mixed Martial Arts), es una disciplina parecida al antiguo "Todo Vale", pero con algunas reglas que se le incorporaron en los últimos años para prohibir golpes en algunas partes específicas del cuerpo y proteger con ello la salud de los luchadores.
Lo primero que se debe tener en cuenta es que este deporte, después de masificado en Estados Unidos llega a Chile de la mano del ya fallecido Cristián "Gorila" Martínez, quien difundió esta actividad con presentaciones a lo largo de todo el país y también por la televisión hasta su temprano deceso ocurrido en 2009.
Pero basta de historia.
Para vivir desde dentro la experiencia, me presento con puntualidad inglesa a las 19.30 horas en la puerta de un gimnasio ubicado en Víctor Lamas 1055-B, lugar de entrenamiento de la Academia de Artes Marciales Mixtas de Concepción.
Cabe precisar que no me caracterizo por ser precisamente un levantador de pesas, ni nada parecido, en realidad, siempre he creído que mi fuerte está más en correr o jugar baby fútbol, pero definitivamente no soy un noqueador de rivales, por eso, el nerviosismo empieza a invadirme.
El interior es muy normal, cruzas la reja de entrada a un costado del edificio, subes por una pequeña escalera de madera y llegas. Arriba me esperaban los chiquillos del MMA, que ya estaban al tanto de mi visita. Pensé que serían tipos mayores, pero no, eran muy jóvenes, sin embargo, después del frío recibimiento, no me tranquilicé en lo más mínimo.
Víctor Flores, sensei de la academia, es profesor de Educación Física y Artes Marciales en general, un hombre rudo que me entregó una explicación concisa y bastante cortita: "Empezamos en cinco minutos más, puedes cambiarte en los vestidores cerca la entrada", me dijo. Rápidamente entré y cambié mis jeans por unos shorts, até bien los cordones de mis zapatillas y me puse una polera ad-hoc para el entrenamiento.
Sin rodeos comenzó la sesión de trote, que de calentamiento no tenía mucho porque sí que me hicieron sudar. Tuve la errónea impresión de que sería fácil correr en círculos, pero cuando el sensei agregó a la carrera los tiburones y abdominales, la cosa se puso más complicada. Para ser honesto, ni siquiera pude cumplir con el mínimo de ejercicios que pedía el maestro, quien arengaba a sus muchachos recordando las proezas de un legendario: "¡Así entrenaba Gokú. Vamos o acaso no quieren volverse más fuertes!".
Claramente, mi única intención en ese momento era sobrevivir al ejercicio y estar preparado para cualquier tipo de enfrentamiento. Mi objetivo en ese momento era aprender alguna técnica defensiva lo más rápido posible. ¿De ataque?, ni hablar.
Después del trote pasamos a los ejercicios de puño y patada. Allí me di cuenta que pese a no tener la coordinación necesaria para realizar los movimientos del todo bien, por primera vez, tantos años jugando a la pelota me sirvieron de algo.
"¡No bajen la retaguardia! ¡Si desprotegen su rostro están liquidados!", gritó el profe, mientras mis compañeros ensayaban certeras patadas y yo hacía lo que podía no más. En los golpes, sin duda, fui el más débil, pero al menos le puse color al asunto y me sirvió para soltar el cuerpo.
Víctor Flores no dejó de motivarnos en ningún momento, pero yo estaba tan cansado que se me hacía difícil poder escucharlo y concentrarme en los movimientos y el ritmo necesario para el ejercicio.
Tras 50 minutos de patadas, pasamos a la sesión de llaves de lucha, movimientos para derribar a un posible rival y dejarlo completamente neutralizado en el piso. Puse mucha atención, ya que de seguro en algún momento me tocaría pasar adelante. El movimiento que mejor aprendí es el que denominaban los 100 kilos, que en mi caso serían 60, pero al menos tendría la seguridad de haber derribado al enemigo.
El truco consiste en hacer que el contrario pierda el equilibrio producto de una rápida maniobra. Sólo hay que abalanzarte sobre el tipo, arrodillar la pierna izquierda y abrazar la pierna derecha del rival con los brazos. En ese momento, con el pie derecho enganchar el tobillo del sujeto y zancadillearlo hacia uno, mientras con el hombro lo empujamos. El contrincante caerá pase lo que pase y quedará a merced en el suelo.
La idea es que después uno neutralice al caído con los 100 kilos, pero como yo claramente no los tengo, con derribarlo me conformo. Intenté el movimiento con uno de los muchachos de la academia y funcionó a la perfección, incluso ante la resistencia del rival.
Al ver mi lenta, pero segura progresión, el sensei estima que ya estoy listo para algo de acción y me desafió a una pequeña demostración frente a sus alumnos. Yo sabía que existía la posibilidad de salir humillado de ahí, pero no podía acobardarme, al menos tenía que intentarlo y confiar en que el nuevo movimiento podría ayudarme. La habilidad de asestar certeras patadas era mi arma secreta y, ante las risas del resto de la clase, acepté.
Coloqué los guantes de box en mis manos, sintonicé la música de Rage Against the Machine en mi cabeza y levanté la guardia con los brazos, enfocado en, al menos, hacerle alguna cosquilla al maestro... pero sólo le tomó un pestañeo para ponerme una patada a la altura del cuello y gracias a su consejo mantuve la guardia pudiendo evitar un daño mayor.
Era el momento de contraatacar en un todo o nada. Me deslicé con la rodilla al suelo, pero el sabio sensei anticipó la jugada y en un segundo me neutralizó con una vergonzosa llave. Perdí, como era esperable, pero al menos lo intenté pese a ser el hazmerreír de la academia y seguramente de quienes lean esta historia después.
Al final de la jornada, mientras yo me voy derrotado, los chicos continúan con su duro entrenamiento de patadas y motivación al máximo. J