La vida en un claustro: las mil y una historias del convento de las Monjas Trinitarias en Penco
Cuatro cambios de sede e incluso un período de tiempo errantes y capturadas por indígenas, no han podido quebrantar una vida de silencio paz y oración.
l Edson Rebolledo Sáez
A su alrededor hay una cancha de fútbol, niños jugando y andando en bicicleta, también vecinas conversando a las afueras de su sede social, todos armando el típico ruido de un barrio activo. Pero basta con cruzar el umbral de las puertas del Convento de las Monjas Trinitarias y de inmediato, un profundo silencio invade la atmosfera. Cualquier movimiento retumba con fuerza en las paredes: el choque de la suela del zapato contra el suelo, el roce del género del pantalón. Todo vuelve al oído de forma brusca.
Cómo si quisieran estar más cerca del cielo, en la cúspide del cerro Bellavista de Penco, está emplazado el claustro. La vista hacia la ciudad desde ese punto es esplendorosa y a la vez lejana. La gran cantidad de puertas completamente cerradas pueden llegar a confundir a los restringidos visitantes que asisten al lugar, pero son necesarias, pues para las que habitan el encierro, el silencio es vital para su labor, es el camino para la paz y el óptimo encuentro con Dios, explican.
El hermetismo que entrega el lugar, puede llegar a incomodar. No se ve nadie al interior y ni siquiera te atreves a gritar "aló", porque la voz simplemente no sale. Al llegar a uno de los frontis, un torno se encarga de entregar una llave la que abre el auditorio, el único lugar más cercano al interior del convento que un visitante podrá visitar jamás en su vida.
Adentro de aquel sitio, el único ruido en el ambiente es el que genera el segundero de un reloj, el que parece coordinarse con los latidos del corazón. Una reja separa en dos al lugar, y al rato del otro lado aparece una religiosa, complemente vestida de blanco con un cruz roja y azul en su hábito: Sor Cecilia es la que le contó a La Estrella, como transcurre la vida dentro del encierro.
"Nuestra rutina diaria, no es rutina para nada, porque si bien nuestras actividades están programadas, hay muchas variantes que hacen un día diferente a otro. Se parte con el toque de tablillas a 6 de la mañana, pero diría que el 80 por ciento de las que vivimos aquí se levanta entre las 5 y las 5.10 de la madrugada y es que el día se nos hace extraordinariamente corto por lo que lo único que nos queda es empezar antes. A las 6.25 se va a la capilla y desde ahí a las 9 se hace la oración oficial de la iglesia de forma íntegra y luego al desayuno, que puede ser lecha, café o té con pancito con margarina o miel, menú que cambia para fechas especiales con algún gustito", afirma.
Sor Cecilia recalca la importancia de dejar en claro que, como parte de su vida al interior del claustro, su principal misión es la oración y el trabajo, con dedicación exclusiva a ambas. Y es que aseguran, se ganan el pan de cada día con el sudor de su frente y con la labor de sus manos, con la fabricación de ostias, las que venden y distribuyen a todas las iglesias de la región.
"Después del desayuno, cada una se va directo a sus labores. La mayoría se va al ostiario a la elaboración del producto, porque nosotros nos ganamos el pancito con nuestras manitos y auto costeamos los gastos del convento (...), luego viene el almuerzo, que se hace en silencio, de lunes a sábado, porque el silencio es nuestra herramienta fundamental. Luego del almuerzo hay un momento de esparcimiento y de compartir novedades a las 3 de la tarde nos encontramos en la capilla a orar otra parte del oficio divino, luego se vuelve al trabajo y a las 6 y media se vuelve a la oración personal y a las 8 es la última comida, para luego entrar a nuestro calabozo a dormir", agrega.
La palabra calabozo puede sonar chocante, que puede parecer que las Trinitarias están ahí, contra su voluntad y así lo admite también Sor Cecilia, pero aclara que lo que es normalidad para las personas de afuera del claustro no siempre es para las que optaron por la vida dentro de él y viceversa.
"Lo que es normal para una persona a otra, varía según el contexto donde desenvuelve su vida cotidiana. Si ustedes pudieran ver como son de lindos y cálidos los calabozos entenderían que nuestra normalidad difiere de los conceptos que se manejan afuera y es entendible. Salir afuera cuando ocurren casos de emergencias de salud principalmente, para mi es un verdadero suplicio, por ejemplo me vienen dolores de cabeza y de cuerpo que paran de inmediato cuando vuelvo adentro, a la gente le cuesta entender",dice.
El monasterio de las Monjas Trinitarias existía cuando la ciudad de Concepción estaba en lo que hoy es la comuna de Penco, y se formó para ser las guardianas de la reliquia católica de mayor valor para la ciudad: la Virgen del Boldo cuyo origen data de 1570, y que habría sido traída desde España por Pedro de Valdivia y que todavía en la actualidad se encuentra apostada al interior de la capilla del convento. Tras el maremoto de 1752 y cuando la ciudad se trasladó al Valle de La Mocha, el convento se instaló en donde actualmente está la pequeña calle "Trinitarias". Pero el nuevo megaterremoto de 1939, las obligó a trasladarse a la calle Sanhueza en Pedro de Valdivia Alto. Tras la expansión de la ciudad y sus habitantes, aquellos terrenos fueron vendidos, dejando a la monjas sin un claustro, pero siendo acogidas en una casa del arzobispo Antonio Moreno hasta la donación de terrenos realizada por un particular la cual le dio su actual localización en el sector Bellavista Sur, de Penco en el año 1995, marcando con eso el retorno del claustro a la ciudad que lo vio nacer.
"El convento tiene mil y un historias. Fuimos exiliadas de nuestro claustro durante las Guerras de Independencia, porque a las afueras de nuestro edificio había un escudo de la Corona Española, nos tildaron de realistas y quedamos errantes. Fuimos a dar a tierras de Mapuches que se acostumbraron a nuestra presencia y al momento de comprobarse de que no éramos realistas, los patriotas tuvieron que rescatarnos porque no nos querían dejar ir, una huida a caballo cruzando el río en bote donde se perdió material histórico y así un sinfín de historias que envuelven al convento", indica Sor Cecilia a La Estrella. J