Ni los árboles se escaparon del megasiniestro

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l Los árboles cercanos al incendio lucían ayer dorados, casi como en temporada otoñal. La carga calórica del incendio, superior a los mil grados Cº, dejó en ellos un testimonio vivo y silencioso de la catástrofe. Según contaron los vecinos del lugar, algunos de ellos habían sido plantados por Roberto Luengo, la víctima fatal del siniestro. Junto a los árboles, muchas mascotas y perros de la calle circulaban desorientadas durante el fin de semana, sin comprender qué había ocurrido. La mayoría escapó y se reencontró después con su amos.J