Cementerio General: historias que reposan en el suelo y otras que están presentes día a día
Cosntructor de tumbas y sepulturero del recinto relatan cómo es la vida en el camposanto penquista.
El Cementerio General de Concepción es un lugar con numerosas historias que reposan bajo el grueso suelo de concreto y otras que están presentes día a día. Hoy, al igual que ayer y mañana, nos abre sus puertas deseoso de mostrarnos su legado entre el tumulto de personas que vienen a visitar a sus queridos difuntos.
Por el largo y angosto camino a cuyos lados están las tumbas de quienes algún día fueron personas que gozaron a concho la vida, nos encontramos con Pedro Suárez Sanhueza, albañil que lleva más de 35 años construyendo bóvedas y que considera el camposanto como su hogar. "Desde los 16 años estoy acá. Nos fuimos poniendo viejos, pero no importa, porque ya me acostumbré a trabajar duro a pesar de la lluvia y el viento", expresó.
Es que el hombre de ojos azules creció entre las sepulturas, pues su padre, que lleva su mismo nombre, también oficia en el lugar. "Cuando era cabro chico venía siempre con mi papá y comencé a adquirir conocimientos en la construcción de bóvedas, así que la misma gente que me enseñó, me contrató después cuando tuve que aportar en la casa", relató don Pedro.
Son tantas las experiencias que ha vivido en el cementerio, que incluso, cuando joven lo utilizó para enamorar a su actual esposa. "Mi mujer me venía a ver cómo trabajaba y yo mostraba mis mejores dotes para impresionarla", indicó.
Sin embargo, hay circunstancias en que el ambiente se vuelve ingrato para él. "Cuando una madre viene a sepultar a su hijo, da mucha pena. Uno es humano y siente el dolor de aquellas personas", enunció el trabajador.
Además, indicó que tiene a su tío enterrado en el lugar, pero afirma que no fue a su funeral para no ensuciar la imagen que tiene de su trabajo.
A pesar de lo anterior, indica que no cambiaría su trabajo por nada del mundo. "Me gusta lo que hago y siento que lo hago bien. Tengo cariño por mi oficio. Aquí estoy tranquilo y me pagan mejor que afuera", sentenció enérgicamente.
Incluso, relató que gracias a su trabajo pudo comprar una casa en la que hoy puede vivir tranquilo.
Otras de las historias que llaman la atención entre los cientos de trabajadores del Cementerio General que circulan día a día en medio de los cuerpos que yacen en su interior, es la de Pedro Huircán, sepulturero que ingreso a laburar en marzo de 1979. "Llegué aquí por medio del administrador que había antes y que conocía a mi madre", indicó.
Su trabajo le exige rudeza y un fuerte carácter, pues en cada jornada tiene que enterrar a quienes dejaron este mundo. "Todos los días tengo que hacer hoyos para los fallecidos que llegarán al cementerio. Además, debo manipular los cadáveres que no tienen nicho", indicó.
Al hombre de 55 años, le gusta conocer la forma en que perecieron las personas, pues así entiende más de cerca el dolor de sus familiares.
"El fallecimiento que más me impactó fue el de Elenita Yáñez, del cerro La Pólvora, quien fue violaba brutalmente por un desgraciado", puntualizó Pedro Huircán.
De igual manera, indicó que se sintió conmovido cuando tuvo que sacar restos de detenidos desaparecidos. "Ese día el cementerio estaba cerrado y tuve que sacar sólo los cuerpos de Danilo González, Carrillo y Torneria. Fue todo muy fuerte", expresó.
A pesar de las experiencias traumáticas que este sencillo pero gran hombre ha tenido que vivir, se siente orgulloso de su empleo e indica que mediante él ha podido realizar su mayor sueño. "Este trabajo me permitió tener mi propio negocio en mi casa. Ahora lo atiende mi mujer y nos ayuda a costear la educación de nuestros tres hijos", finalizó.
Petrolina Neira, es una de las difuntas del Cementerio General que más admiradores tiene, pues es conocida como milagrosa tras sucumbir ante el martirio de ser degollada y tirada al fondo de la Laguna Redonda con piedras amarradas en sus pies.
En su tumba tiene velas prendidas y numerosos ramos de flores en agradecimiento al cumplimiento de muchas peticiones de fanáticos que día a día llegan hasta su yacimiento.
Una de sus admiradoras es Antonia Basseti, trabajadora social de 27 años, quien todos los meses se dirige a entregar su ofrenda por el favor concedido. "Le vengo a dejar una flor blanca mensualmente por haber cumplido mi petición", comentó la mujer.
Basseti, a pesar de su fervor, confiesa que fue su madre quien le propuso ir a visitar a Petrolina. "Mi mamá cuando vio que estaba afligida con mis estudios y que casi me echaba la carrera por culpa de mi ansiedad, me dijo que le fuera a pedir sanación a la Pepita y que ella me iba ayudar. Yo la miré y dije ¡Esta señora está loca!", enfatizó la asistente social.
Sin embargo, la fanática de esta "santa laica", quedó con la intriga. "Me quedó dando vueltas lo que me dijo mi mamá y empecé a preguntar por Petronila. Ahí me di cuenta que harta gente la ubicaba y que creían en ella. Entonces, decidí venir, total no perdía nada", comentó.
Desde ese día la asistente social visita la sepultura en agradecimiento, pues a las pocas semanas, su enfermedad psicológica de comenzó a disminuir.
"Me sorprendí cuando de repente me comencé a sentir mejor, más tranquila y sin temor a salir. Sé que es gracias a la Pepa, ya que ningún tratamiento anterior me sanó", puntualizó.
Un caso parecido es el de Ricardo Gómez, de 43 años, quien también es adherente de Petronila. "Un día peleé con mi mujer acá en el cementerio y caminando entre las sepulturas me encontré con la tumba de la Pepa y le pedí que me tranquilizara y desde ese día nunca más se discutió en mi casa", indicó.
Gómez lleva cada fin de semana un paquete de velas que prende a los pies de la tumba de Petronila Neira, sin duda una de las más visitadas cada año. J