El exótico y antiguo mundo del calzón
El coleccionista ya fue detenido. Pero ha puesto en el tapete a una entrañable prenda.
El coleccionista de calzones es un pervertido que marcó la agenda noticiosa de la semana. Por eso, más allá de su curiosa conducta inmoral, conviene revisar aspectos evolutivos de esta vestimenta.
Lo primero que hay que decir es que las mujeres pasaron más de 5 mil años sin usar calzones. El calzón, como prenda cotidiana, se instauró a mediados del siglo 19. Antes, usar calzones era un lujo y, además, una provocación. La pionera fue Cleopatra. Inauguró la era de la ropa interior con un tapabarro de finas telas. La siguieron muchas. Incluso, la prenda tomó mucho vuelo en zona frías de Europa. Servía para acalorar la vagina y las nalgas. Aunque, luego, los europeos conservadores transformaron esta ropa en una cárcel: nacieron en esas zonas los cinturones de castidad. Su misión era impedir la infidelidad.
A veces el calzón fue una excusa para juzgar a las mujeres. A Juana de Arco la llevaron a la hoguera por usar un "masculino ropaje". Y hasta el siglo 18 los calzones sólo eran blusas largas. Siempre, a lo largo de casi toda la historia humana, al calzón se le identificó como un objeto secundario. La higiene, en realidad, era lo secundario.
Hoy, según advierten los expertos, el calzón contemporáneo es un adorno para la seducción, más que un protector de los tejidos íntimos de la mujer. "¿Qué tapa un hilo dental? ¿Qué protege un colaless?", preguntó un empresario textil. O bien, como dijo un inglés: "El calzón ya no cubre las nalgas, ahora las nalgas cubren el calzón".
Incluso, ha progresado tanto la fabricación de esta prenda que a partir de este año la empresa Durex diseñó un extraño calzón motorizado que puede producir orgasmos a distancia. Se conecta a cables computacionales y produce un temblor en el momento cúlmine del chateo. Lo cierto es que la prenda goza de buena salud. Tranquilidad a todos: hay calzón para rato. J