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Andanzas del predicador de 70 años que recorre Chile en un triciclo

Cada 15 días, Antonio Oyarce pedalea de un lugar a otro para entregar su mensaje. Ya tiene listo su próximo desafío de más de 200 kilómetros.

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Cuatro de la mañana. Domingo. Frío. Apenas asoman las luces del alba de San Antonio. Y, en medio de ese ambiente, un hombre de 70 años, Manuel Antonio Oyarce, se viste con un buzo, zapatillas, un casco y dos guantes para ciclistas. Luego de un desayuno contundente para tener fuerzas, sale al patio de su vivienda y revisa los últimos detalles de su triciclo. Mide la presión de los neumáticos, ajusta los frenos, verifica el estado de los pedales, aprieta las últimas tuercas y tornillos. Acomoda el bolso con sus cosas, con varios libros y revistas.

Su triciclo es de esas antiguas bicicletas de tres ruedas que hicieran populares los vendedores de gas o los trabajadores de las ferias libres en que, gracias a la fuerza de sus piernas, podían transportar pesadas cargas. Se trata de un artilugio precario, de fierro, con una especie de caja en su parte frontal y tres ruedas aro 28. No tiene cambios, ni manillas de freno. No cuenta con bocina ni ningún elemento de lujo. Eso sí, tiene unas calcomanías reflectantes y un espejo retrovisor en su costado izquierdo para ver los vehículos que vienen por detrás. Ese sería su elemento de seguridad.

Pero hoy Antonio Oyarce no lo quiere para trasladar cajas ni bultos, sino que será su medio de transporte para iniciar un viaje de casi 300 kilómetros por carreteras sinuosas llenas de camiones y baches para cumplir una misión que se ha autoasignado. O bien, una misión que proviene desde el cielo.

El señor Oyarce, fiel miembro de la Iglesia Adventista, obedece a un mandato de Dios y se propone masificar pedaleando en triciclo la fe. Se ha propuesto llevar los mensajes que sugiere Dios a pueblos escondidos y rurales. Es un predicador esforzadamente motorizado. Así de simple.

Esta vez, con el objetivo de divulgar hazañas bíblicas, se irá en su triciclo desde San Antonio en la Quinta Región hasta Pichilemu en la costa de la Sexta. El trayecto, de ida y regreso, le implicará cubrir pedaleando una distancia de casi 300 kilómetros.

Manuel Antonio Oyarce es delgado, bien delgado para su edad. Siempre viste cómodo. Sólo las arrugas y su pelo cano podrían llevar a alguien a asignarle su verdadera edad. "Siempre he sido delgado, pero considerando todo lo que pedaleo, debiera estar más flaco aún", dice.

Oyarce se define como un empedernido ciclista religioso. Quizás más ciclista que religioso. Sí, ciclista a todo tiempo, por hobby, pero también por un cariño especial que tiene por las bicicletas. Es así desde que como deportista participó en varias oportunidades en la doble San Antonio-Santiago (200 kms. aprox.) y de cuanto evento pedalero hubiera en la zona central.

Una vez que se subió a la bicicleta nunca más se pudo bajar. Es más, cuando se compró su primer triciclo se trasladó 100 kilómetros en bicicleta para ir a buscarlo a Santiago. "Me fui directo hasta San Diego. Cuando lo compré, lo pagué y le dije al vendedor que me lo iba a llevar altiro. Así es que eché la bicicleta arriba y me vine de regreso pedaleando 100 kilómetros más. Me demoré 13 horas seguidas, pero venía contento, feliz", recuerda como si fuera hoy ese día de hace 35 años.

Ya en la ruta, Miguel Oyarce avanza a un ritmo constante, lento, pero seguro. "No importa llegar luego, lo importante es llegar", dice.

"Además, en un triciclo todo es más difícil que en una bicicleta. Cuesta maniobrar y no se pueden alcanzar las mismas velocidades; peor aún, en las bajadas se debe tener mucho cuidado porque cualquier bache puede hacer que uno pierda el control del triciclo y ahí quizás qué pudiera pasar".

-Me cuido bastante. Además, en los viajes llevo mucha agua, algunas bebidas energizantes, frutas y comida liviana. Soy constante, ni muy rápido ni muy lento.

-Al principio me daban porque no sabía prepararme para las largas distancias, ahora no, ya que estoy preparado. Antes de salir hago un calentamiento adecuado y cada vez que me detengo realizo las elongaciones correspondientes.

-Uhh, al principio sí. Quedaba tirado. Ahora ya no…

Y el señor Oyarce mira concentrado un punto lejano y lo dice.

-Ya no me dan esos calambres…gracias a Dios.

Dice que pedalea místicamente. El Dios que alaba lo nutre de energía. Dice que evita la noche para circular, para lo cual calcula las distancias y el tiempo que empleará para llegar a su destino. Si equivoca los cálculos, lleva una carpa para emergencias y se pone a dormir a un costado del camino y se alimenta con la piedad de los creyentes. "Los camioneros ya me conocen y me hacen señas. Otras personas a un costado del camino me dan agua o frutas, pan amasado, son bien cariñosos", explica.

-Gracias a Dios…(ojos en trance)…nunca me ha sucedido nada, incluso en los caminos donde no hay berma para hacerse a un lado. Confío en que los conductores de los vehículos respetarán el espacio que uno ocupa.

El predicador no claudica. Cuando va camino a sus variados destinos para hablar de religión, la gente se sorprende. Una vez iba subiendo una cuesta empinada y no pudo seguir. Se bajó siete veces y caminó con el triciclo a un lado. Oró. Pidió que Dios inmediatamente le introdujera energía en sus músculos. Pedaleó otro poco. Hasta que lo detectó, en la cima, una patrulla de Carabineros. Le preguntaron con voz seria: "¿Qué hace a estas horas en medio de la nada?" "Nada", dijo él, aterrado. "Tenga cuidado. Hay camiones", le advirtieron.

Incluso le ofrecieron llevarlo, pero Oyarce se negó. Es un predicador terco y a los funcionarios de la fuerza pública les hizo una corta y apresurada bendición. Siguió en medio de la nada, cantando una animada canción dedicada a su Dios. Y así lo cuenta:

-Lo que sucede es que yo pertenezco a la iglesia Adventista del Séptimo Día y como tal, voy de un lugar a otro a predicar y dar un mensaje de esperanza. Siempre me encuentro con personas al borde de la ruta, me detengo y les regaló un libro o un estudio bíblico que pueda ser de ayuda en sus vidas.

-Bueno, algunas sí y otras no.

Pero lo anterior no amilana a este ciclista es su intento de pedalear más y más lejos. Así ha concretado innumerables traslados a Santiago, a Melipilla, pasando por San Pedro; a Algarrobo por la ruta costera, a Rapel, etc. Siempre junto a su fiel triciclo. Claro que ya no es el mismo que compró hace 35 años, lo renovó, pero no lo cambia por nada. "No, no podría hacerlo, es que me ha acompañado a tantos lugares que no podría dejarlo de lado por una bicicleta. Siempre lo estoy amononando, enchulando en lo que se pueda", señala.

Antonio Oyarce cuenta con el apoyo de su esposa Yolanda y de sus siete hijos, sólo dos de los cuales son biológicos. Los demás los han recibido como una muestra de amor con su esposa quien siempre quiso tener una familia grande. "Todos son mis hijos, los quiero a todos por igual. Nunca he hecho diferencias entre ellos ni lo haré tampoco. Saben lo que hago y por qué lo hago y me apoyan", cuenta con un dejo de satisfacción.

-Ya conozco mi cuerpo y sé que no debo exigirme más de la cuenta. No como cuando era cabro y andaba de un lado para otro en bicicleta. Así es que me detengo o me pongo a cantar mientras pedaleo. Así no me aburro y se me pasa el tiempo y las distancias volando.

El próximo desafío de Antonio Oyarce será un viaje de 200 kilómetros ida y regreso a Algarrobo. Espera ir con sus libros cristianos en su bolso, pero siempre a bordo de su triciclo, el mismo que no dejará por nada del mundo.

"En este triciclo he ido a todas partes. No pienso dejarlo nunca", avisa. ¿Nunca? Preguntamos. "Nunca a menos que Dios diga lo contrario", concluye y continúa otra vez con su eterno y devoto pedaleo por Chile. J