Las bordadoras de Isla Negra: una tradición que sigue viva
Motivos campestres dominan los trabajos de estas artesanas que laboran con lanas y agujas y cuyos trabajos fueron alabados por Pablo Neruda. A pesar del paso del tiempo, está antigua tradición ha sabido mantenerse.
Puntada a puntada, una sencilla aguja provista de una hebra de lana de intenso color rojo lentamente comienza a dar forma a un llamativo gallo presto para lanzar su inconfundible canto. Un trozo cuadrado de hornaburgo (un tipo de tela) asoma entre los dedos de María Moyano, quien hace más de cuatro décadas es una de las perseverantes mujeres que son reconocidas a nivel nacional e incluso internacional como las bordadoras de Isla Negra.
La bulliciosa ave, que saca a los madrugadores de la cama al alba en las zonas rurales, se repite en muchas creaciones de otras de estas artesanas. A ella se suman vacas, caballos, campesinos, perros y árboles, entre otros motivos. Precisamente plasmar en tela el campo es uno de los aspectos que las ha llevado a tener tanto reconocimiento. A esos motivos se suman el mar y el poeta Pablo Neruda.
María Moyano es presidenta del Taller de Bordadoras Las Coincidencias, uno de los dos grupos en que se han subdividido estas artesanas, para efectos organizativos. "Una señora el otro día me compró uno de campo (bordado) y me dijo que ella lo llevó por la novedad de las gallinas, los colores (...) A los niños también les gusta mucho", comenta.
Dentro del puesto de artesanías que ocupan a unos metros de la Casa Museo Isla Negra, Bernardita Díaz suma una nueva teoría acerca del éxito que tienen los bordados con motivos campestres. A su modo de ver, la nostalgia es un factor que también determina esa preferencia, ya que "mucha gente se acuerda de antes, de cuando era niño o niña (...) Mi mamá tenía hartas gallinas y chanchos. Entonces uno lo puede dibujar y es algo que añora".
El mar, los peces y el trabajo de la pesca artesanal brota de la tela por la inspiración que nace del trabajo cotidiano que han realizado por décadas los habitantes del litoral sur de la región. Neruda, en tanto, continúa siendo motivo constante en sus obras, por el vínculo nacido de la admiración del poeta a la labor de las bordadoras mientras vivió en su casa de Isla Negra.
Primera puntada
"Nada más bello que estos bordados, insignes en su pureza, radiantes de una alegría que sobrepasó muchos padecimientos. Presento con orgullo a las bordadoras de Isla Negra. Se explica que mi poesía haya echado aquí sus raíces", escribió el Premio Nobel, Pablo Neruda, para el folleto de la exposición de las bordadoras en la Conferencia Mundial de Comercio y Desarrollo (Unctad), en Santiago, en 1969.
Tres años antes, en Isla Negra, comenzaba la historia de estas artesanas que maravillaron al poeta. Aquello ocurrió con el impulso dado por Leonor Sobrino, hija mayor del marino español Eladio Sobrino y su esposa Luz Sanz, quienes llegaron a caballo hasta la localidad en 1934. Entonces, encantados por el paisaje, compraron una franja de terreno frente al mar. Allí creció la familia y la visionaria mujer que impulsó a las isleñas a atreverse a crear.
El reconocimiento a la labor de Sobrino se mantiene hasta la actualidad y siempre que narran la historia de cómo empezaron a elaborar sus bordados, aparece su nombre.
"Las que empezaron aquí fueron las abuelas, las mamás y tías de nosotras. La señora Leonor Sobrino enseñó esta práctica y empezó a practicar con las otras personas más de edad (...) Decía ella que era una forma de ayudar un poco a la gente de acá", recuerda la dirigente.
La idea inicial de la visionaria mujer era organizar a las isleñas con la idea de que mejoraran sus ingresos familiares. Primero les enseñaba economía familiar y después pensó que si las instruía a tejer en telar, podrían vender sus creaciones. Hasta entonces, el trabajo en el campo o las labores como mariscadores o pescadores de los maridos era la exclusiva fuente de ingresos.
Como estas ocupaciones de los hombres del hogar dependen de las caprichosas condiciones climáticas y aún ni siquiera se pensaba en explotar el potencial turístico de la zona, la mayoría de las familias sobrevivían con lo justo. En ese diario vivir, hasta entonces las mujeres solo se limitaban a las labores del hogar y a servir a sus maridos cuando llegaban de sus extenuantes labores. Sus rostros, manos y actitudes se mimetizaron con la dureza de la cotidianidad del lugar.
Sin embargo, con un poco de aquella atención que depositaron en ellas, sus rudos dedos empezaron a crear delicadas obras, casi sin darse cuenta. Los tejidos que Sobrino les había instado a hacer no resultaron como lo esperaban pero, paradójicamente, ese traspié dio paso al descubrimiento de un talento innato.
Según consignó la propia Leonor Sobrino en el documental "Lana mágica", de la cineasta Cecilia Domeyko, "un día, una de las mujeres trajo un trabajo a telar, estaba bastante mal hecho. Al verme desconsolada, me dijo 'le bordo algo'. 'Cualquier cosa', le dije, pensando que no tenía remedio. Bordó unas flores, que las hallé tan primitivas, pensé: '¡pero si esta mujer es una pintora ingenua!'".
Al darse cuenta de la particularidad del dibujo de aquella dueña de casa, Sobrino les pidió a las mujeres que para la próxima sesión de su taller cada una realizara un bosquejo. Dos grupos tomaron un camino distinto: "Uno muy entusiasmado y el otro medio alicaído. Las que venían entusiasmadas habían copiado de revistas y esas las descarté al instante (…) Las que habían hecho el dibujo ellas mismas eran de una ingenuidad, de un candor increíble, sin perspectiva, los dibujos distorsionados… Yo pensé, ¿cómo pueden ser tan candorosas? Esto es un tesoro", indicó Sobrino en la pieza audiovisual editada en 1996.
Celebridades
Una vez que comenzaron a trabajar en los bordados, en menos de cinco años llegó el reconocimiento a nivel nacional y, un poco después, sus trabajos ya eran exhibidos en el extranjero. Esas creaciones ingenuas, como las denominó Sobrino, con figuras imperfectas realizadas con el sello de cada artesana, nacían para quedarse.
La primera vez que sus bordados se mostraron al público fue en una exposición que se llevó a cabo en el Museo Nacional de Bellas Artes en 1970. Dos años después, fue el turno de su periplo en el exterior, con muestras en el Institute of Contemporary Arts, en Londres (1972); la Galerie du Passeur y L'Espace Cardin, en París (1972); la Bienal de Sao Paulo, en Brasil (1973), entre otras.
Pasado y presente
El puesto de venta de bordados de las artesanas, ubicado a un costado de la principal vía de Isla Negra, no pasa desapercibido. A 52 años de que aquellas dueñas de casa comenzaran a usar la aguja no solo para remendar ropa, sino que para atreverse a crear y, con ello, contribuir económicamente a sus familias, las hijas y nietas de aquellas pioneras continúan con aquel legado.
Si bien María Moyano y el resto de sus compañeras confiesa que no se imagina su vida sin bordar, reconoce que en ocasiones teme por la continuidad de esta tradición. La mayor cantidad de ventas ocurre en la temporada estival, con el incremento de visitantes, por lo que generalmente el resto del año se dedican a realizar los bordados para tener más creaciones disponibles cuando arriben los visitantes. Aquella estacionalidad genera impaciencia entre las más jóvenes, lo que termina alejándolas de esta labor.
La presidenta de la agrupación comenta que "para nosotros es como una terapia que nos da trabajar en esto. Con los colores, no sé qué será, pero hay una tranquilidad que uno se olvida de todo".
Sus hijas lamentablemente no heredaron su paciencia para esta labor. "Las niñas modernas hoy día no están ni ahí (…) Yo las incentivo (a sus hijas), pero no hay caso. Muriendo yo, conmigo muere la tradición. Me da pena que se termine", agrega.
Algo similar ocurre en el caso de los descendientes de Bernardita Díaz, ya que también el largo proceso que se requiere para la confección de los bordados (desde uno hasta seis meses, dependiendo del tamaño y el tiempo que se le dedique) juega en contra. Sin embargo, una nieta de otra de las integrantes está comenzando a interesarse por este minucioso trabajo: "Le gusta un poco y ha intentado. Ojalá que la tecnología no la absorba y siga", dice, esperanzada, Antonieta Muñoz. La joven podría ser una de las mujeres que encabece la nueva generación de bordadoras que en Isla Negra anhelan.
Respaldadas por el Sello de Origen que recibieron el 2015 de parte del Instituto Nacional de Propiedad Industrial (Inapi), el que es exhibido en cada una de las telas y que confirma a los compradores que éstas son genuinas de las bordadoras de Isla Negra, estas mujeres siguen luchando contra la corriente para seguir en pie. Todos los días llegan hasta su puesto en la avenida Isidoro Dubornais para encantar a los visitantes con sus obras. Lo mismo hacen en el interior de la casa museo de Pablo Neruda, en un espacio facilitado por la fundación homónima, durante el verano.
Mientras se preparan para otra agitada temporada estival, estas mujeres, desde lo más profundo de su ser, piden que aparezcan nuevas colegas que impidan que las afamadas bordadoras de Isla Negra mueran con ellas.
Algunos murmullos se escuchan afuera, mientras dos turistas extranjeras se detienen a alabar sus creaciones. "It's great", se les escucha decir. Ahí está lo que estas isleñas necesitaban oír: un nuevo bálsamo para seguir con su dedicada labor.
"Las niñas hoy día no están ni ahí. Yo las incentivo pero no hay caso. Muriendo yo, conmigo muere la tradición".
María Moyano,, bordadora"
"Las que empezaron aquí fueron las abuelas, las mamás y las tías de nosotras".
María Moyano,, bordadora"
el campo inspira la mayoría de las creaciones de estas artesanas.