Las 4 horas del "Matador" Salas detrás de las rejas
l Felipe Rioseco Z.
José Marcelo Salas Melinao camina rodeado de reos por los pasillos de la Penitenciaría. El "Matador", goleador histórico de la Roja e ídolo máximo de la Universidad de Chile, a pocas horas de cumplir las cuatro décadas de vida (el miércoles 24), recibe el "feliz cumpleaños" de parte de los internos con tono de devoción. El zurdo, que no es expresivo, sonríe.
Llegó al penal para jugar un partido de baby contra la selección local. Lo acompañaban Felipe Seymour, volante del Spezia; Nicolás Larrondo, central de Rangers; Marcelo Peña, ex volante azul; y un amigo de identidad y ocupación desconocida. El equipo de Salas viste de azul, como la U.
También llegaron Rodrigo Goldberg y los hermanos Matías y Diego Rubio. Ellos visten de blanco.
El partido se juega en el gimnasio de la cárcel. La única gradería del lugar está colmada de internos eufóricos, la mayoría condenados por delitos menores. Las reglas son simples: son cuatro equipos -dos de reos y los dos de afuera-, por cada gol van rotando.
El "Matador" Salas comanda a su equipo. Grita, gesticula y lanza garabatos violentos cuando pierde la pelota. La selección local juega mejor, tocan más rápido. Conocen la cancha y tienen barrio. A los profesionales les cuesta acomodarse al reducido espacio.
Aun así, los partidos son parejos. Salas corre, se le ve rápido. Seymour patea al arco cada pelota que recibe y el ex River le grita. "¡Tranquilo, Felipe!".
El central de Boca
Cristian Carrizo es alto, moreno y de tez oscura. Nació en Mendoza, Argentina, hace 36 años y hace cuatro vive en Chile. De esos, tres los ha pasado en la Penitenciaría por un delito que no quiere revelar. Sí confiesa que es hincha de Boca. Hizo inferiores en un club de tercera, ahí jugaba de central. Ahora, en el gimnasio de la cárcel, es el responsable de marcar a Salas. Lo hace bien, con elegancia. No le pega ninguna patada malintencionada.
Los partidos terminan y los resultados fueron parejos. El zaguero mendocino se acerca a nosotros y se confiesa emocionado. Tratamos de calmarlo.
"Es que es un sueño… es el más grande. Trasciende los colores de una camiseta, da lo mismo que sea de River (...) Para nosotros, que estamos adentro, jugar con ellos es maravilloso. No sabría cómo explicártelo.
Al mismo tiempo que Cristian se reconoce extasiado, una horda de periodistas hambrientos aborda a Salas. Lo acosan con frases incómodas. Uno de los seleccionados locales le pide la camiseta. Salas dice que sí. Otro le confiesa su idolatría, le pide una foto. También llegan los gendarmes a saludarlo. Y recién cuando Salas termina de fotografiarse con todos los presentes, dan la orden de desalojar el gimnasio y volver a los pabellones. J
l Los reos que estaban en la gradería también se lanzan sobre el otrora goleador. Le piden fotos, autógrafos. Le dan la mano. Salas se da el tiempo para saludarlos a todos. Un interno le pide que le firme la camiseta. ¿Qué es esto?, le pregunta Salas. "Esto" es la camiseta de Colo Colo. Y el Matador, resignado, la firma. El preso le da las gracias tres veces.